Hoy en Orgànics Magazine os traemos un especial sobre jabones en pastilla de esos que nos gustan, cocinados a fuego lento, con muchos ingredientes y maravillosos productos. Y no, de momento no vamos a cocinar jabones, sólo os vamos a contar cómo se elaboran los jabones naturales…
Pero lo que más nos gusta de todo esto es que con este artículo vamos a intentar zanjar de una vez por todas el tema de los químicos en cosmética. Cuando una marca asegura que sus productos no tienen químicos… miente. Sabemos que lo hace con buena intención, que quiere resaltar el hecho de sus productos son naturales pero en Orgànics Magazine defendemos el uso de productos ecológicos e ingredientes inocuos, ya que hay productos naturales que son altamente tóxicos y productos de laboratorio que dan lugar a maravillas como esta que hoy centra nuestro artículo. Empezamos:
El Jabón
No se sabe a ciencia cierta cuáles son los orígenes del jabón, pero dado que algunas plantas contienen saponinas como la saponaria, de cuyo nombre viene la palabra jabón, y algunas leguminosas como la quinoa (por eso hay que lavarla bien antes de consumirla), no es difícil imaginar que estas plantas se usaran desde hace miles de años para lavar y limpiar. El jabón como hoy en día lo conocemos (o con pocas variaciones) ya existía en el antiguo Egipto, en el que mezclaban grasas y aceites con cenizas filtradas (una buena forma de obtención de hidróxido de sodio para saponificar). Pero ¿qué es realmente un jabón?
Un jabón es ni más ni menos que una mezcla de aceites o mantecas y lejía (que se obtiene al mezclar el agua con un álcali como la sosa cáustica o la potasa cáustica). Tanto la sosa cáustica como la potasa son productos muy peligrosos que hay que manejar con suma precaución, ya que son sumamente corrosivos. Algo que no querríamos en nuestra piel. Al mezclar la sosa o la potasa con el agua se convierten en lo que se denomina ‘la lejía’, que también se puede extraer al remojar cenizas con agua, pero este proceso es mucho más largo, costoso y artesanal (si cabe). Al juntarla con aceites y mantecas y removerlo, surge la química. Las mantecas y aceites, compuestos por la suma de un alcohol y un ácido (por eso en nuestros cosméticos ecológicos podemos encontrar alcoholes vegetales y orgánicos), se descomponen y dan lugar a una reacción química que es la saponificación y como resultado obtenemos jabón y glicerina.
Cuando la mezcla se solidifica un poco es hora de cortarla y dejarla secar. El curado es imprescindible para que los restos de sosa cáustica no saponificados desaparezcan y nos quede una pastilla de jabón suave y lista para usar. Así podemos ver cómo con la ayuda de un compuesto químico sumamente peligroso como el hidróxido de sodio, podemos convertir una grasa en un suave y delicado jabón.
Sin embargo, la magia de los jabones no termina ahí. Cada aceite y manteca tiene un grado de saponificación (es decir, los gramos de sosa cáustica que necesita esa grasa para saponificar) y da lugar a un tipo de jabón, con unas propiedades, una consistencia, una espuma... Durante el fabricado del jabón se le pueden añadir aceites esenciales y extractos, no sólo para darle aroma, sino también para aprovechar las cualidades de las plantas en cada ducha, ya que mientras que el jabón ejerce su parte limpiadora también los aceites esenciales, mantecas y grasas añadidas (como en los jabones extragrasos) hidratan, nutren y cuidan nuestra piel. Así podemos encontrar en el mercado miles de jabones diferentes, desde los destinados a pieles sensibles hasta los más astringentes, los destinados a combatir el acné, los que activan nuestra circulación, los anticelulíticos…
Y ¿por qué limpia el jabón?
La mayor parte de las manchas están formadas por grasas, que no son solubles en agua, por lo que necesitamos algo que atraiga esa grasa y la separe de nuestra piel o de nuestra ropa.
Así, las moléculas de jabón son una larga cadena de átomos de carbón con dos partes una con carga neutra que repele el agua y atrae a la grasa y otra parte polar afín al agua. De esta forma una parte se une a la grasa (la parte hidrófoba y lipófila) y la otra, la parte hidrófila, es la que permite que el jabón y la grasa se vayan con el agua cuando nos enjuagamos. Sin esta doble polaridad del jabón éste sólo se uniría a las grasas superficiales disolviéndolas, pero se quedarían pegadas al tejido tanto las grasas como el jabón. Por suerte el jabón es tan mágico que tiene esa parte hidrófila, y ese amor por el agua es tan fuerte que cuando enjuagamos nuestra piel el jabón envuelve la grasa formando micelas y dejando dentro las moléculas de suciedad, mientras que la parte hidrófila se une al agua arrastrando la suciedad con ella. Es como un triángulo amoroso entre las manchas (grasa), el jabón y el agua donde todas las de perder las tiene la pobre grasa (casi siempre, si no que se lo digan a la ropa de Leo).
Así la parte hidrofóbica (que odia el agua) y lipofíla (que ama la grasa) se uniría a las manchas por este extremo, como cerillas clavadas en una bola de plastilina, rodeándola poco a poco y dejando la grasa en el centro, mientras que la parte hidrófila (que ama el agua), representada por las cabecitas azules, estarían en contacto con el agua formando las llamadas micelas, una preciosa estructura con la que nuestras manchas, literalmente, levitan en el agua.
Entonces ¿es bueno usar jabón?
El jabón se ha venido usando durante milenios. Es la forma más natural de limpiarse, pero es alcalino (hasta un ph de 9), mientras que nuestra piel es ligeramente ácida (tiene unos 5,5 grados de acidez), por eso escuece al contacto con los ojos. Sin embargo no es menos cierto que a los minutos de haberlo usado nuestra piel recupera su nivel de acidez. Además, los jabones naturales suelen estar saturados de aceites beneficiosos para nuestra piel, ya que no se llegan a saponificar en su totalidad, dejando entre un 5 y un 10% del total de los aceites y mantecas sin saponificar del todo, que son los que nutren e hidratan nuestra piel, además de los aceites esenciales contenidos que una vez liberados viajan a la velocidad del rayo por nuestra piel y nos aportan todos sus beneficios que son muchos (y atraviesan la barrera cutánea porque son moléculas diminutas, por eso es imprescindible advertir en los envases si los jabones contienen o no determinados componentes de los aceites esenciales que son alérgenos, como el limonene, linalool, geraniol…).
Pero además, antes os hemos comentado que cuando se añade agua y sosa cáustica (o hidróxido de sodio) al aceite obtenemos por un lado glicerina y por otro el jabón. Pues bien, en la producción industrial de jabón, esa glicerina se retira porque es un producto valioso que se usa para cosmética y para la industria con numerosas aplicaciones, pero en la producción de jabones artesanos de verdad esa glicerina se mantiene en el jabón confiriéndole unas propiedades asombrosas. Así que, recuerda, cuando una marca nos anuncia un jabón de glicerina, ¡¡simplemente es un jabón al que le han quitado su glicerina natural y luego le han añadido un poco!! Como sabéis la glicerina tiene propiedades higroscópicas, es decir, absorbe el agua de su alrededor hinchándose como una esponja, por lo que es perfecta para mantener la humectación en la piel, sobre todo porque luego esa glicerina que se ha depositado sobre la piel cuando extendemos el jabón se ‘hincha’ cuando enjuagamos nuestra piel reteniendo la humedad, actuaría como esas bolitas de hidrogel que se usan para macetas y ramos de flores que se hinchan y luego van liberando el agua.
Pero aún eliminando la glicerina de los jabones y vendiéndola posteriormente para otros usos de la industria, producir jabones es caro por el alto precio de las materias primas vegetales. Y más si se hace a gran escala y uno pretende hacerse rico con ello. Hay que bajar costes.
Así, en 1907 una compañía alemana fabricó el primer detergente al añadir al jabón tradicional perborato sódico, carbonato sódico y silicato sódico, el famoso Persil (perborato + silicato). Nacía así el primer detergente sin jabón. Poco a poco la artesanía de los maestros jaboneros cayó en desuso y casi en el olvido, sobre todo tras la segunda Guerra Mundial en la que primero la carestía y después la recuperación económica lanzaron a Occidente al consumo de productos sintéticos como si no hubiera mañana en pro de la recuperación económica. Y la industria cosmética estuvo ahí, para producir grandes cantidades de detergentes baratos hechos con materias primas sintéticas. Aunque continuaron llamándoles jabón, poco o nada tenían que ver con aquellos productos artesanales realizados con aceites y mantecas naturales. Y la fabricación de jabones quedó relegada a las ‘innobles’ manos de las amas de casa, que con el sebo y los restos de aceites y grasas de la cocina elaboraban un basto producto usado para lavar la ropa, mientras en las estanterías de los supermercados se agolpaban las botellas de geles sin jabón que, poco a poco, ganaban terreno a los jabones en pastilla, los cuales ya no eran más que una sombra de lo que fueron y se consideraban productos de pobres.
Y de esta forma los jabones se ganaron esa fama que ha llegado hasta nuestros días como productos de escasa calidad que resecan la piel, pero nada más lejos de la realidad y, por suerte, el siglo XXI ha venido con fuerzas renovadas y a la tradición artesana de los jabones la ciencia le ha aportado una exactitud que nos permite disfrutar de verdaderas joyas, con ingredientes puros y ecológicos con los que erradicar de la mente esa imagen tan poco acorde con la realidad, aunque todavía tienen que luchar con la publicidad de esos otros jabones en los que hay mucho marketing pero pocos ingredientes nobles, por mucho que nos juren que está hecho con un cuarto de crema o que forma parte de un sistema de tres pasos…
Tipos de jabón natural:
1. Así, por orden de calidad y pureza, en primer lugar encontraríamos los jabones elaborados a partir de aceites puros ecológicos. Los que para su elaboración sólo se han empleado materias primas vegetales y ecológicas como aceites de primera presión en frío, aceites esenciales y extractos, mantecas puras, agua e hidróxido de sodio. El proceso de saponificación de estos ingredientes se hace poco a poco, con el proceso llamado en frío, ya que la sosa cáustica per se produce calor y sin él no hay saponificación. Se llama en frío porque no se calienta el recipiente en el que se hace para ‘ayudar’ a la saponificación, ya que los aceites de elevar mucho la temperatura se degradarían y muchas de sus propiedades se perderían. Son los jabones más puros y tradicionales y su contenido en aceites y mantecas es muy alto. Suelen llevar aceite de coco puesto que tanto este aceite como el de palma son aceites de cadena larga y entre sus muchas propiedades destaca que tienen una espuma consistente. El resto de aceites son más suaves pero a penas hacen espuma. Conseguir un jabón suave, que haga buena espuma, con buenas cualidades detergentes y que aporte un plus a la piel es una alquimia que cuando se domina se consigue producir verdaderas obras de arte. Además el precio de los ingredientes hace inviable su producción masiva, así que son los más artesanos y naturales…
Dentro de este apartado hacemos una especial mención al aceite de palma. Por favor, mejor si no lo contienen, incluso si es ecológico, ya que para su extracción se están deforestando las selvas de Borneo y Sumatra. Y ya sabéis que en Orgànics Magazine no sólo cuidamos de nuestra piel, sino de nuestro planeta. Pero si lo contiene, mirad siempre que sea ecológico.
2. El segundo nivel de los jabones serían los que llevan ingredientes ecológicos pero sus materias primas ya están saponificadas (serían los nombres de plantas acabadas en -ate como cocoate, olivate, palmate, butterate, castorate…) Es un proceso menos artesanal y es el preferido por las marcas bio más grandes e industrializadas, aunque también los encontramos en muchos artesanales. Aquí se saponifican por separado los aceites: de coco, de palma, de oliva (o se compran ya saponificados)… y luego se juntan todos para formar el jabón. También se les añade otros ingredientes como aceites esenciales y extractos para que podamos aprovechar sus propiedades, dando lugar a algunos de los jabones más aromáticos. En este tipo de jabones es usual encontrar sal en su INCI, sobre todo en producciones ya importantes, ya que el cloruro sódico se usa para precipitar el jabón rápidamente.
3. Y en un tercer nivel estarían los jabones sin jabón ecológicos. Es decir, aquellos que usan ingredientes ecológicos y 100% naturales pero prescinden de la fórmula tradicional. Son pastillas como las de jabón pero no llevan jabón, sino algunos aceites, mantecas y alcoholes vegetales. Es la fórmula que usan las grandes marcas de cosmética ecológica y natural. Pero aún así están a años luz de los jabones sin jabón de las marcas que se anuncian en la tele y en las revistas de moda.
El Jabón Sin Jabón
Hoy en día podemos comprar centenares de productos detergentes sin jabón. Es decir, tenemos muchos productos con la capacidad de eliminar la grasa, pero no están hechos a base de jabón. De hecho el 99% de los productos de limpieza que se venden, incluso bajo el nombre de jabón, son sin jabón. Por eso cuando una marca anuncia que su gel o su limpiador espumoso ‘no contiene jabón’ lo hace como una estrategia de marketing, ya que en la actualidad casi ningún limpiador contiene jabón, excepto algunos jabones industriales, los jabones artesanales, los blandos tipo jabón negro (muy usado en África) y los jabones potásicos que se usan para combatir las plagas en los cultivos biológicos y para la limpieza del hogar más que nada.
Entonces, si el 99% de los productos de hoy en día no llevan jabón ¿qué llevan?
Pues casi de todo menos jabón, claro:
- Colorantes: El más común es el Dióxido de Titanio, pero algunas marcas usan para dar colores vivos y preciosos a sus jabones algunos colorantes tóxicos, como los azoicos (podéis leer más aquí sobre colorantes)
- Perfum / parfum: Ya os hemos comentado en alguna ocasión que bajo la palabra ‘perfum o parfum’ se esconden más de 3.000 sustancias que los consumidores no tenemos derecho a conocer en pro del secreto industrial. Así que un producto que contenga perfume puede llevar divinos aceites esenciales y otros ingredientes naturales inocuos (salvo por el caso de las alergias), y otros pueden llevar ingredientes muy tóxicos y dañinos, como los ftalatos.
- El Tetrasodium EDTA (abreviación de Ethylenediaminetetraacetic Acid) es un conservante que proviene del formaldehyde (formaldehído) y sodium cyanide (cianuro de sodio), dos componentes prohibidos en la Unión Europea por ser sustancias cancerígenas, si bien es cierto que el producto resultante no está prohibido pesan muchas dudas sobre su toxicidad, pero lo que sí está demostrado es que tanto el tetrasocium EDTA es altamente irritante para los ojos, además de ser un ingrediente que se usa como quelante y puede arrastrar metales pesados, por lo que medioambientalmente es un objeto de preocupación y un ingrediente que para nada debería estar en un jabón de una marca que sea natural. Además contribuye a que las sustancias penetren de una forma más rápida la piel ‘reblanceciendo’ las paredes intercelulares que están compuestas de lípidos.
- BHT y BHA: El butihidroxitolueno es un conservante sintético extraído del petróleo que casi siempre suele ir de la mano del BHA (butihidroxianisol). Ambos son alergénos y la IARC ha calificado el BHA como un posible carcinógeno humano. Además la Comisión de Disruptores Endocrinos de la Unión Europea ha listado este ingrediente como prioritario, basándose en las evidencias de ser disruptor endocrino.
- Aceites minerales, petrolatum, vaselina y otros sub productos del petróleo. Además de ser sintéticos ¡Alto! ¿Pero el petróleo no es natural? Me preguntan. Pues sí. Pero no todo lo natural es inocuo, como siempre decimos en Orgànics Magazine. Pero es que además el petróleo es sintetizado y mezclado una y mil veces con otras sustancias para dar lugar a productos tan dispares como la gasolina, una bolsa de plástico o un labial. Vuelvo a poner el listado de la UE de todos los ingredientes derivados del petróleo que se pueden usar en cosmética, los que no y sus restricciones. Para el que quiera echar la tarde alucinando.
- Phenoxyethanol: Pues casi de todos los ingredientes tóxicos diría que este es el menos tóxico, comparado con otros productos que son mutagénicos, cancerígenos, disruptores endocrinos y un largo etcétera, el phenoxyetanol es como una hermanita de la caridad y, de hecho, es el conservante que se esconde en los sellos paraben free junto con el methylisothiazolinone del que hablamos abajo y se usa incluso en algunos productos naturales en proporciones ínfimas, pero se usa. Es profundamente irritante y tanto es así que la Agencia Nacional de Seguridad del Medicamento y de los productos de la Salud de Francia ha sugerido que se rebaje la concentración máxima actual del 1% al 0,4% como máximo, dados los casos de alergias que se están dando. Además advierte que esta sustancia no debería usarse en el área de pañal de los bebés. Me cabrea profundamente que los ciudadanos no tengamos acceso a estos datos. Segunda campaña electoral en seis meses y no hemos escuchado propuestas en materia de salud respecto a los tóxicos, ni medioambientales. ¿Somos las única frikis a la que les importa la salud de su familia por encima de la corrupción? Es precisamente la UE, que no se califican por ser precisamente integristas de lo bio, quien recomienda que a los bebés meses no le ponga cremas y toallitas con parabenos y phenoxyethanol en el culete aunque sólo sea por precaución.
- Methylisothiazolinone: Otro de los conservantes que ha venido a sustituir a los parabenos en los últimos años. Tanto es así que en Estados Unidos y otros países han saltado las alarmas por la cantidad de casos de reacciones alérgicas que se han dado. Además la EWG lo califica con un 5 de peligrosidad, porque diversos estudios sobre células celebrales apuntan la posibilidad de que sea neurotóxica.
- Sulfatos. Y como llegamos a la madre del cordero necesitamos un apartado entero para hablar de ellos.
Los sulfatos
Los sulfatos son unos surfactantes o tensioactivos muy similares al jabón, es decir, que tienen la capacidad de reducir la tensión superficial del agua, que es otra de las características importantes para limpiar y que el jabón tradicional también posee. En el agua todas las moléculas se atraen las unas contra las otras equilibrando sus fuerzas. Sin embargo, en la superficie sólo hay moléculas que ‘tiren’ hacia abajo, dado que no tienen moléculas de agua por encima que empujen. Es como si en la parte de arriba del agua hubiera una lona tensa. Eso explica por qué algunos animales pequeños pueden caminar por encima de la superficie del agua sin hundirse, por qué flotamos si ‘hacemos el muerto’ en una piscina o por qué en el agua pueden flotar objetos de materiales mucho más densos que el agua, como por ejemplo un alfiler. Sería una cosa así:
Pues bien, con esa tensión superficial a las gotas de agua les cuesta mucho penetrar en las manchas de los tejidos y la piel y los tensioactivos reducen esa tensión superficial y permiten que el agua penetre mejor y al tener esas dos partes hidrofóbicas e hidrófilas envuelven las grasas y al enjuagarlas la grasa se va con el agua. Por eso para quitar las manchas tenemos que agitar el agua con jabón, bien en la lavadora, bien frotando nuestra piel con una esponja, para permitir que el jabón pueda despegar y envolver la grasa.
El problema de los sulfatos era que casi todos ellos son sintéticos y a pesar de su semejanza con la estructura del jabón, como podéis ver en el dibujo de abajo, las cadenas de carbono no son lineales (la parte de la derecha se va hacia abajo), lo que hace que las bacterias de los ríos no puedan romperlas y, por lo tanto, no pueden ser degradadas (por eso se dice que algo es biodegradable o no), quedando en los ríos la espuma flotando de forma persistente. En la actualidad casi todos los países cuentan con leyes que prohíben el uso de los sulfatos no biodegradables.
Pero ¿y en nuestra piel?
En nuestra piel también se usan todo tipo de sulfatos para procurar su limpieza, desde el Sodium Lauryl Sulfate que es sumamente irritante y agresivo, hasta el suave coco sulfate. Desde los sulfatos vegetales que son admitidos por las certificadoras como el Ammonium Lauryl Sulfate (admitido por Ecocert), hasta los sulfatos etoxilados que pueden contener trazas de 1,4 dioxano (un ingrediente prohibido en la UE por ser posible carcinógeno para humanos, Grupo 2B) y de óxido de etileno (prohibido por ser carcinógeno para humanos, Grupo 1). Pero os hablaremos de los dos sulfatos más importantes y que más se encuentran en los jabones y geles sin jabón.
Sodium Lauryl Sulfate (SLS) y Sodium Laureth Sulfate (SLES)
Se calcula que más del 90% de los productos de limpieza corporal contienen Sodium Lauryl Sulfate (SLS), uno de los sulfatos más irritantes presentes en el 95% de los champús. Tanto es así que se usa como estándar para saber si un producto es más, menos o igual de irritante que el SLS. No sólo eso. Numerosos estudios han demostrado que es tóxico para el hígado y puede contribuir a la formación de cataratas. Además causa edemas en la piel en concentraciones tan bajas como el 2-3% en 24 horas, mientras que los geles contienen hasta el 20% (si bien es cierto que el tiempo de exposición es muy inferior) ¡Ah! Y para que veáis que no todo lo natural es bueno, el SLS puede ser de origen vegetal o sintético. Así que si os venden un producto con sulfatos etoxilados diciendoos que son naturales recordad ¡¡natural no es sinónimo de inocuo!!
Pues bien, conocedora de los problemas de irritación y alergias de contacto que el SLS producía, la industria decidió suavizar este surfactante haciéndolo más delicado con la piel y con mayor poder espumante, y así nació el Sodium Laureth Sulfate (SLES) que no es más ni menos que el lauril sulfato de sodio al que se le somete a un proceso de exotilación con óxido de etileno que, como hemos visto, es un ingrediente prohibido por la UE en la cosmética porque es un cancerígeno probado (Grupo 1 IARC). Pero esta prohibición afecta sólo a los ingredientes, no a las trazas.
Y este ‘traje’ de óxido de etileno lo contienen todos los ingredientes que contienen palabras acabadas en -eth (laureth, oleth, pareth, gluceth…), que puede ir acompañado de, 1,4 dioxano, otra traza nada deseable.
Sin embargo, estas trazas se pueden eliminar con un sencillo proceso de vacío, pero las marcas de cosmética tradicional al no tener una trazabilidad de sus productos completa no saben quién ha fabricado sus sulfatos y si han pasado o no por ese proceso de vacío.
Amén de todo esto, siguen siendo ingredientes sintéticos derivados del petróleo.
Eso sí, la buena fama que tienen por parte de los fabricantes es que tienen un ph que se puede ajustar, llegando incluso al perfecto 5,5, la acidez ideal de la piel y con una capacidad espumosa muy buena y consistente, y si a esto le unimos el irrisorio precio de las materias primas es de entender que los geles y ‘jabones’ en pastilla con sulfatos sigan colonizando las estanterías de los súper e hiper mercados. Además de esto tienen una muy buena solubilidad en aguas duras, cosa que los jabones naturales no tienen y en lugares con aguas muy duras precipitan algunas sales (palmitato y estearato de calcio y de magnesio), por eso en las zonas con agua muy caliza las bañeras se quedan con grumitos flotando. No es jabón, son estas sales.
Así que para la industria todo son buenas razones para seguir produciendo toneladas de productos tóxicos que terminan en nuestra piel y la de nuestras familias y en nuestros ríos, mares y, gracias al ciclo del agua, en nuestras nubes y cuando llueve terminan contaminando las montañas. Pero siempre tras la tormenta llega la calma y en este artículo tenéis algunos de los mejores jabones naturales que hemos encontrado por todo el mundo, uno sólo de ellos ya compensa todas las razones que la industria cosmética tradicional pueda venderme con anuncios tan caros como obvios…