Desodorantes tóxicos, o como oler bien nos está matando

Hoy nos metemos de lleno en desenmascarar los desodorantes tóxicos y te voy a explicar por qué deberías dejar de usar tu desodorante tradicional ahora mismo.

No mañana.

No cuando se te acabe.

Cuando termines de leer este artículo sólo querrás ir al baño, mirar el INCI y tirarlo a la basura.

Si no te dan ganas de hacerlo, vuelve a leer este artículo y la entrevista a Nicolás Olea hasta que te entre el arrebato de hacerlo.

Si con todo este tiempo que llevo leyendo y estudiando sobre tóxicos me preguntan un sólo producto que pueda marcar la diferencia en la salud de una persona no dudaría en afirmar que este sería el desodorante.

Como os he contado muchas veces, el peligro de los tóxicos no es sólo que se encuentren en todas partes (ropa, comida, productos de limpieza, aire, agua, cosméticos…), sino las sinergias que entre ellos establecen y que se mezclan con factores personales abarcando un abanico tan amplio como heterogéneo: genética, sedentarismo, tipo de alimentación, estrés, lugar en el que se vive (campo o ciudad, Norte o Sur) y un largo etcétera, que hace casi imposible establecer un claro patrón de actuación de los ingredientes tóxicos que solo son prohibidos cuando se demuestra una relación causa-efecto directa, dando al traste con el principio de precaución de la Unión Europea.

Hasta ahora la comunidad científica ha estado muy dividida sobre determinados tóxicos porque a cada persona le afectan de una manera diferente según los factores que te he contado arriba.

Es más.

Podemos tener dos gemelos idénticos que comparten la mayoría de su información genética (cada vez hay más evidencias de que no es el 100%), y que uno desarrolle enfermedades vinculadas con el incremento de tóxicos en nuestra sociedad (cáncer, diabetes -sí, no sólo se debe al sedentarismo y comer dulces-, problemas autoinmunes, enfermedades neurodegenerativas y un largo etcétera) y el otro continúe sano toda su vida.

Todos estos factores han hecho que durante décadas la comunidad científica haya estado dividida para encontrar una causa determinante del alarmante incremento de múltiples enfermedades, muchas de ellas que ya no no sólo se explican por el incremento de la esperanza de vida (un argumento muy manido), ya que desde los años 80 ésta no ha variado demasiado en occidente, pero sí la incidencia de muchas enfermedades que, lejos de disminuir gracias a los muchos aportes de la ciencia, continúan creciendo para desconcierto de la comunidad científica.

Por ejemplo, según datos proporcionados por el doctor Nicolás Olea la incidencia del cáncer se ha incrementado desde 1985 en un 2% anual para los hombres y un 3% anual para las mujeres.

Y sólo el cáncer de mama en mujeres crece a un ritmo del 2,4% anual.

Un 2,4% puede parecer poco, pero es una auténtica burrada. Y si hablamos de mujeres de menos de 49 años (una servidora), la cifra se dispara al 4,6% (una servidora).

Y no se detiene.

No se frena.

No se acorta.

Y nos siguen vendiendo los putos avances en curación y tasas de supervivencia.

Que, oye, si tienes un cáncer perfecto que te curen pero, como ya he dicho muchas veces, nadie quiere ser curado de un cáncer.

Yo no quise que me curaran.

No quiero que curen a mi hijo.

Quiero que no tenga que pasar por uno.

Pero ya sabemos que uno de cada tres hombres a lo largo de su vida padecerá algún tipo de cáncer y una de cada cuatro mujeres tendrá que pasar por lo mismo.

Ya no es una estadística lejana.

Está ahí, si tienes tres hijos varones, por estadística, uno de ellos tendrá cáncer a lo largo de su vida.

Elige.

Y ni la evolución ni la larga esperanza de vida nos ofrecen teorías plausibles para este brutal incremento del cáncer.

Entonces ¿cuál podría ser el motivo de ese incremento tan palpable?

Parte de la comunidad científica parece haber llegado a un consenso que resta importancia a la genética, para atribuir gran parte de la misma a los contaminantes, el lugar en el que vivimos y nuestro estilo de vida.

Cuando hablamos de contaminantes, el problema es establecer cuáles son los que más nos afectan y en qué medida, ya que las pruebas que se suelen hacer de tóxicos no contemplan las sinergias entre los diferentes tóxicos y se testan en animales cuya duración de vida a penas supera las pocas semanas.

Sí, se usan ratitas o cerditos pequeños cuya esperanza de vida y los tóxicos a los que están expuestos no se parecen en nada a los de un ser humano que nace prepolucionado y que contará con una esperanza de vida de 80 años.

Es más, para saber la toxicidad de los parabenos sólo se testan parabenos, pero no se combinan con los otros muchos (más de cien) disruptores endocrinos con los que un ser humano puede estar en contacto en su vida cotidiana: los que se pone sobre la piel, los que ingiere con la comida, con el agua embotellada, con los pesticidas de las frutas y verduras, con los de la ropa de poliéster, la contaminación del aire, los limpiadores del hogar y un sin fin de tóxicos a los que estamos expuestos continuamente y de los que no solo no somos conscientes.

No se nos informa del precio que pagamos por tener un sofá con tela que no se manche, un armario lleno de ropa elaborada con poliéster, esa crema facial de 5 euros, la comida preparada lista para tomar con solo calentar en el microondas, un colchón que no arde si tenemos la ‘sana’ costumbre de echarnos un piti después de echar un polvo…

Decisiones fáciles, vidas difíciles.

Y sin ese estudio sinérgico los datos no pueden ser más que una mesa la que, en mi humilde opinión, le faltan todas las patas.

Para entender bien el efecto sinérgico de los tóxicos, destacamos el genial trabajo de Andreas Kortenkamp, Elisabete Silva y Nissanka Rajapakse llamado ‘Something from Nothing‘, ‘Algo de la nada‘ En el que se señala el efecto aditivo de ocho disruptores endocrinos en concentraciones bajas.

Esos mismos compuestos analizados por separado no presentaban una toxicidad notable.

Pero las curvas de toxicidad que arrojaron cuando se estudió las sinergias de estos tóxicos fue una llamada de atención más que importante para contemplar la toxicidad desde otro punto de vista.

Resulta totalmente anacrónico en pleno siglo XXI seguir con los criterios de evaluación de tóxicos de hace un siglo.

Los conocimientos científicos nos permiten observar los efectos a concentraciones cada vez menores y saber que si cuando se hace la prueba de toxicidad de un ingrediente tóxico solo se contempla el efecto de ese único compuesto dándole luz verde a su puesta en el mercado, somos nosotros, los seres humanos, el laboratorio donde se experimenta los efectos sinérgicos de estos ingredientes durante las décadas siguientes.

Porque experimentar con animales durante 50 o 60 años sería carísimo para cualquier laboratorio, así que somos los seres humanos los privilegiados testadores, sin que el incremento de enfermedades les sirva de conclusión para limitarlos o aplicar, de una puta vez, el principio de precaución de la Unión Europea.

Sobre todo cuando ya se sabe que estos tóxicos no siguen el lema ‘la dosis hace el veneno’.

Porque se ha demostrado que los disruptores endocrinos hacen curvas de toxicidad impensables hasta ahora, por eso de todos los tóxicos que conocemos, los más peligrosos son ellos, los disruptores endocrinos.

Porque con estos pillastres no hay un mínimo seguro, porque con los disruptores endocrinos basta con que se produzca el contacto, con que estén presentes en tu organismo, su mensaje se transmite a nuestras células de forma inmediata.

Muchos de ellos simulan las hormonas femeninas, como el ßEstradiol que actúa en partes tan pequeñas como, agárrate que viene curva, partes por Billón.

Con B de burrada.

Y los límites de los tóxicos están expresados en tantos por cien.

Yo soy muy de letras, pero si el límite de concentración de un compuesto como los parabenos está fijado en 0,4% y las hormonas que imita que actúan en partes por billón, es decir 0,000000000001 ¿crees que estos tóxicos se colarán por las rendijas de esa mierda de límite seguridad?

Bien es cierto que muchos de estos disruptores endocrinos se metabolizan rápido, de hecho solo duran unas horas en nuestro cuerpo, como el BisfenolA.

El problema viene cuando todos los días, todos los españoles, españolas y españolos meamos Bisfenol-A, dicho en palabras de Miquel PortaNicolás Olea quien, por cierto, tiene un libro de obligada lectura

Y eso es porque todos los días, todos, estamos en contacto con ellos.

Cada día entra en nuestro cuerpo un tóxico que le dice a nuestras células que hagan cosas que nuestro cuerpo no ha ordenado que hagan.

Son como pequeños falsificadores de hormonas, y lo hacen tan bien que ni nuestro sabio cuerpo es capaz de desenmascararlas, y se pasean, con toda su cara al descubierto, entre nuestras células sin que nuestro sistema inmunológico se de cuenta de lo que está pasando…

Y no solo eso, sino que en cada persona tienen un efecto diferente.

Imaginemos un tóxico que imita los estrógenos, la hormona femenina por excelencia.

Una hormona que actúa en el cuerpo humano en concentraciones de partes por billón como hemos dicho.

Esta hormona está presente en las mujeres y en los hombres en cantidades diferentes y muy exactas.

Por ejemplo, en una niña la cantidad es inferior a 20 partes por billón por mililitro de sangre.

El aporte de estrógenos por parte de los tóxicos en cosmética, en su ropa o en los alimentos podría elevar esos niveles, dando lugar a pubertad precoz.

Pero ¿Y si en vez de una niña es un niño?

¿Y si es una mujer embarazada de una niña?

¿Y si el feto es macho?

Estos disruptores endocrinos estrogénicos se mezclan con los androgénicos, los tiroideos y elaboran puzzles de enfermedades imposibles de predecir, porque están por todos los lados.

Donde mires.

No hace falta que busques. Allá donde poses tu mirada en tu casa los tienes.

Así tenemos un listado interminable de dolencias asociadas a ellos:

Desde infertilidades a endometriosis, abortos, baja reserva ovárica, bajo coeficiente intelectual, alteraciones del sistema inmunológico, obesidad, diabetes, trastornos de conducta, hipospadias, cáncer de tiroides, testículo, próstata, mama, ovario, parto prematuro, estrés oxidativo e inflamación, disminución de la calidad del semen, embarazos ectópicos, TDHA, autismo, Parkinson, alteraciones conductuales, problemas cardiovasculares…

La lista de enfermedades se amplía cada vez más, ya que cada vez los tóxicos están más presentes en nuestra vida.

Sin embargo, en este especial sobre desodorantes tóxicos queremos centrarnos es unos que tenemos siempre bien cerquita y del que hay sospechas más que infundadas sobre su relación con los cánceres de mama: el clorhidrato de aluminio y la piedra de alumbre.

Supongo que si eres usuaria de desodorantes ecológicos te acabarás de llevar las manos a la cabeza al leer lo de la piedra de alumbre. Eso mismo hicimos nosotras hace unos años cuando el doctor Christopher Exley nos confirmó las sospechas que ya teníamos…, y es que la piedra de alumbre es tan aluminio como el temido clorhidrato de aluminio.

Otros ingredientes que no deben estar en tu desodorante son los parabenos, perfume, triclosán y PEG.

Pero de todos ellos te hablamos en breve.

Ahora corre y ve a mirar si tu desodorante lleva alguno de estos ingredientes y tíralo a la basura.

Te hablo de ellos dentro de poco, de momento te dejo mi desodorante.

 

Related posts

Pinkwashing y los tóxicos que provocan cáncer de mama en cosméticos

Qué son los parabenos y por qué te deben preocupar

Nos ponemos muy serias con la cosmética tóxica