En la semana rosa por antonomasia queremos hablar del llamado PinkWashing y los tóxicos que provocan cáncer de mama en cosméticos.
Estos días vamos a ver muchas marcas convencionales de cosmética, agua mineral, seguros, pechuguita de pavo… lo que sea, vestirse de rosa y hablar de las donaciones que van a hacer a la Sociedad Española contra el Cáncer o similares.
Y sería perfecto, si detrás de tanto rosa no hubiera tanto postureo.
Tanta mentira.
Tanta hipocresía.
Porque el cáncer es una lacra social que destruye vidas, quema sueños, aniquila familias.
Sé de lo que hablo.
El cáncer se llevó todos los colores de mi vida hace 24 años, dejándola en blanco, gris y negro.
Hace dos lo vivía en propias carnes, pero de ello te hablaré en otro post este mes.
Pinkwashing de lacitos rosa
No, el cáncer no es buenrrolista.
Y eso es lo que nos quieren vender.
Supongo que habrá gente a quien le ponga las pilas este teñido de rosa, a quienes les parezca que tratar el cáncer como si fuera un anuncio de compresas lleno de nubes y unicornios le resta gravedad.
Tal vez la sociedad necesite este pinkwashing para colorear unas estadísticas negras como el carbón llenándolas de lacitos rosas, de mujeres convertidas en meros objetos de una industria que se lucra con mismo dolor que provoca.
Porque frente a frente, el cáncer es una mierda, lo mires por donde lo mires.
Huele a vómito, llena la casa de silencios, mocos y lágrimas, cercena cuerpos, arrasa los futuros dejándote anclada a un eterno presente y te hace sentir débil e impotente ante una enfermedad cada día más común que sufriremos una de cada tres mujeres y uno de cada dos hombres.
Te lo repito: una de cada tres mujeres y uno de cada dos hombres.
Y, por fortuna, cada vez se cronifica más el cáncer y los que antes eran incurables hoy tienen tasas de supervivencia espectaculares.
Donde antes las terapias te dejaban más muerto que vivo, ahora pueden ajustarlas hasta hacer que haya un tratamiento para cada persona, casi único, personal e intransferible.
Pero te contaré un secreto.
Nunca quise que me curaran del cáncer.
Espera, te cuento otro más.
Nadie de este planeta (y he hablado con los casi 8.000 millones de habitantes) quiere ser curado de un cáncer.
Lo que queremos es no tener que sufrir un puto cáncer.
¿Y si se nos dijera qué podemos hacer para sacar bolas del macabro bombo de esta lotería y ahorrarnos el mazazo del diagnóstico, el miedo mortal, las operaciones, las recaídas, los años robados?
¿No sería mejor dejar de teñir de rosa los envases y cremas y eliminar los tóxicos simplemente porque hay fundadas sospechas de su relación con el cáncer de mama?
Nos ha dicho por activa y pasiva que el cáncer es un castigo casi divino esculpido en nuestros genes.
Dios alza una mano, cuenta hasta 25 y te señala.
Pero no, joder.
Eso está más anticuado que un teléfono de ruedecita.
El cáncer tiene muchas caras, muchas vertientes y no se habla de todas ellas.
Cuando me diagnosticaron miraron 18 genes que podían dar lugar a ese tipo raro de cáncer para una mujer de mi edad.
Punto.
Nada de hábitos, nada de estilo de vida, ni pasado, ni presente, ni futuro.
Solo genes.
Para muchos médicos, el cáncer o está esculpido en tus genes o alguien ha contado hasta 25.
No hay más.
Epigenética es una palabra extraña en oídos de muchos médicos.
No se habla de cómo se puede prevenir, de los productos cancerígenos que usamos día a día, de aquellos que inciden de forma directa en los cánceres hormonodependientes, de cómo podemos quitarnos papeletas para esta lotería tan canalla.
El problema, como en cualquier lotería, es que hay personas que con una papeleta les toca el premio, y otras que van cargadas y se mueren de viejos con una salud de hierro.
Y ahí es donde se anclan las industrias y los gobiernos para decir que no hay algoritmo posible.
Que el cáncer o sigue patrones genéticos o totalmente arbitrarios.
Pero ¿Y si frente al cáncer pudiéramos hacer algo más que esperar al diagnóstico y rezar por una cura?
Para mí no había palabra más terrible que la de paciente.
Hoy queremos contarte lo que hemos ido descubriendo sobre los tóxicos que provocan cáncer de mama o, para ser más científicos, inciden en el desarrollo del mismo y cómo puedes evitarlos.
Levántate y, anda, tira tu desodorante convencional.
Si solo tuvieras presupuesto para cambiar un producto convencional por uno ecológico ese, sin duda, debería ser tu desodorante, costara lo que costara.
Pocos productos de cosmética tienen una vinculación tan directa con el cáncer de mama como tu desodorante.
Y, obviamente, esto no lo digo yo, sino que son muchos los estudios los que advierten sobre la toxicidad de determinados ingredientes y su vinculación con el cáncer de mama.
Pero veamos más de cerca de qué estamos hablando exactamente cuando hablamos de tóxicos en desodorantes y la vinculación con el cáncer de mama.
Hace tiempo entrevisté a Nicolás Olea.
Si sueles leer Orgànics Magazine verás que lo nombro mucho, si no, te recomiendo leerla o ver una de sus magistrales conferencias, nada será igual después de escucharlo.
Porque Nicolás Olea no es un médico cualquiera.
No es un catedrático cualquiera.
Ni un investigador cualquiera.
Es uno de los mayores expertos del mundo en disrupción endocrina, oncólogo experto en cáncer de mama y tiroides, representante de España en la comisión de disruptores endocrinos de la Unión Europea y el comité Scenhir sobre riesgos emergentes, organizador de las diez Conferencias Nacionales sobre Disrupción Endocrina (Conde) celebradas en España y uno de los científicos más citados por sus pares en revistas como Nature y con más de 30 años de experiencia investigadora en el campo de la disrupción endocrina.
Y podría seguir redactando sus méritos y puestos de trabajo de relevancia, pero con esto te haces una idea.
Porque parece que ahora si has estudiado una carrera de ciencias cualquiera ya te puedes llamar científico, científica o científique y dedicarte a recorrer el mundo diciendo sandeces, como que los plásticos calentados en el microondas son ideales de la muerte porque si no no se venderían y que la seguridad cosmética es total.
Y para eso te has pasado 5 años estudiando una carrera.
Oh, my god.
Yo, cuando escribo, puedo sacarme los datos de la manga o puedo acudir a diversas fuentes preguntándoles sobre disruptores endocrinos.
¿Le pregunto al panadero de la esquina?
¿A la boticaria de la calle de al lado?
¿A la pediatra Lucía?
Puedo ir al dermatólogo y preguntarle sobre la acción de los parabenos en la piel e, incluso, puedo ir a mi endocrina, que lleva 30 años ejerciendo y entiende que el reciclaje médico es asistir a los simposios que las farmacéuticas hacen para hablarle de nuevos fármacos.
Puedo preguntarle a todos ellos.
Y cada uno de ellos me dará una respuesta en función de sus conocimientos.
O puedo hablar sobre disrupción endocrina con médicos, investigadores y catedráticos expertos en la materia, como el doctor Olea.
Personas que están a la cabeza de los últimos estudios científicos y cuyo trabajo pagamos todos.
Tú y yo.
Bueno, si me lees desde fuera de la UE, entonces no.
Esa es mi elección, porque tiene la información necesaria y la autoridad requerida para hablar de temas tan delicados e importantes como la relación entre el cáncer de mama y los tóxicos.
Tóxicos que provocan cáncer de mama
Todo empezó hace 15 años con la publicación por parte de la doctora Philippa Darbre en la Universidad de Reding sobre el hallazgo de parabenos en tumores mamarios.
Las conclusiones a las que llegó convulsionaron el mundo científico, ya que la gran mayoría de los tumores contenían parabenos y, de estos, el 62% de los tumores contenían metilparabeno, el ingrediente más usado en cosmética después del agua según la Food And Drugs estadounidense.
Como siempre que alguien publica algo revolucionario, muchos colegas se llevaron las manos a la cabeza y otros muchos a la barriga por el ataque de risa que les entró.
Ponían en duda el estudio por la escasa muestra analizada, ya que la doctora Darbre solo tomo 18 tumores para su estudio.
Y lo cierto es que sí era una muestra bastante reducida…
Así que, ni corta ni perezosa, en 2013 volvió a hacer el un estudio similar sobre parabenos en tejido tumoral mamario con 160 muestras, y los resultados siguieron asombrando a la comunidad científica, esta vez con gestos más serios, ya que la doctora Darbre sumaba voces de colegas que afirmaban que los tumores de mama no se debían a la evolución del ser humano ni únicamente a la genética.
Las implicaciones de este conservante tan usado en cosmética con el cáncer siguieron apareciendo en estudios, como este de 2017 en el que se concluyó que «Un conjunto de pruebas epidemiológicas implica la exposición a sustancias químicas alteradoras endocrinas (SAE) con mayor susceptibilidad al cáncer de mama. Para evaluar los efectos fisiológicos de una presunta SAE in vivo, se expusieron células de cáncer de mama MCF-7 y un xenoinjerto derivado de la paciente (PDX, positivo para receptores de estrógeno) a los niveles fisiológicos de metilparabeno (mePB), que se utiliza comúnmente en los productos de cuidado personal como conservante. mePB pellets (4).4 μg por día) condujo a un aumento del tamaño del tumor de los xenoinjertos MCF-7 y de los tumores ER+ PDX. (…) En general, estos resultados sugieren que el mePB aumenta la proliferación de tumores de cáncer de mama a través de una mayor actividad de las las células iniciadoras de tumores (TIC), en parte a través de la regulación de los marcadores canónicos de células madre NANOG, y que el metilparabeno (mePB) puede jugar un papel directo en la quimiorresistencia al modular la actividad de las células madre.»
Espera, ¿qué?
¿Que los parabenos aumentan la proliferación del cáncer de mama y, además, el metilparabeno puede incidir en que mi tratamiento de quimioterapia no funcione?
¿Quién me ha contado esto?
¿En qué medio ha salido?
¿Qué telediario ha abierto esta importantísima noticia?
¿Por qué la UE no ha puesto en marcha el principio de precaución?
Y así centenares, miles de estudios publicados en las mejores revistas científicas alarmando sobre estos compuestos y otros muchos disruptores endocrinos.
Pero el debate sigue tan abierto como entonces.
O mejor dicho.
No.
El debate está totalmente cerrado, o así lo afirma el CIR (Cosmetics Ingredient Review) estadounidense, un panel científico financiado por la industria cosmética.
¡Para!
¿Cómo?
A ver, a ver.
¿La industria cosmética le paga a los científicos para que hagan estudios y digan, si los parabenos que usan a 10 euros el kilo son buenos o no frente a otros antimicrobianos como la plata que vale 10.000 euros el kilo?
Eso sí que es vivir en el país de la pirueta…
Pero dejémonos de conclusiones apresuradas y vayamos a los datos.
En 2018 el CIR publicaba esto.
No era totalmente cierto, ya que lo que se concluyó en la sesión es que se aplazaba la decisión final hasta abril de 2019 y ¡tatatachán!
¿A que no sabéis cuál ha fue su conclusión?
Pues que los parabenos son seguros y no hay suficientes datos para decir lo contrario.
En la sesión de 2019, de la que tenéis el link arriba, en la que se resalta en amarillo las nuevas aportaciones de información respecto a 2018.
La cantidad de estudios e informes presentados sobre la actividad toxicológica de los parabenos es apabullante de verdad, y eso que solo se presentan los resúmenes de las conclusiones de los estudios.
Al parece el CIR necesita una acción-reacción tipo ‘me pongo el desodorante y me caigo muerta’ para que se tome en consideración todos estos estudios toxicológicos.
Pero bueno, estamos hablando de Estados Unidos, donde solo se han prohibido 11 sustancias frente a las casi 1.400 de la Unión Europea.
Si vamos al viejo continente veremos las cosas de otro color.
Pero eso os te lo cuento contamos otro día, en otro artículo que traerá cola.
Ah! Y si quieres empezar a cuidarte, este es mi desodorante.