Entiende de una vez por todas qué es un disruptor endocrino y dónde encontrarlos en tu casa

Devastador.

Así es el escenario que describía el doctor Nicolás Olea hace treinta años sobre la incidencia de determinados tóxicos en nuestra salud y en el medio ambiente, como los disruptores endocrinos, campo en el que es especialista.

Sus previsiones auguraban un negro futuro en el que el uso indiscriminado de productos químicos tóxicos, y el escaso control al que son sometidos por parte de las administraciones, provocarían el incremento de enfermedades como el cáncer, la diabetes, los problemas autoinmunes, enfermedades neurodegenerativas, infertilidad y una larguísima colección de dolencias que lastrarían la vida de nuestra sociedad.

Y Olea fue tildado de apocalíptico.

Pero el tiempo, la ciencia y sus colegas no han hecho sino darle la razón. Algunos, como el doctor Miquel Porta, uno de los mayores especialistas del mundo en cáncer de páncreas, aseguran que sus previsiones incluso se quedaron cortas.

Entrevistó al doctor Nicolás Olea, catedrático de Medicina en la Universidad de Granada y jefe del Departamento de Investigación de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada, así como coordinador de Investigación en el Hospital Clínico de esa misma ciudad y, qué decir tiene, uno de los mayores expertos del mundo en disruptores endocrinos.

No en vano, es uno de los profesionales más citados por sus colegas en esta materia, con casi 13.000 referencias a los numerosos estudios que él y su equipo han publicado en las revistas internacionales más prestigiosas.

En 2019 publicó su primer libro de divulgación (y lectura obligatoria para entender qué es esto de los disruptores endocrinos), titulado «libérate de Tóxicos»

Por eso, poder charlar con este prestigioso científico ha supuesto para mí uno de mis mayores honores profesionales.

Porque la primera vez que vi una conferencia de Nicolás Olea en Internet se me cayó el alma a los pies.

No daba crédito a lo que estaba oyendo.

No entendía cómo nadie, en ningún gobierno, se había llevado las manos a la cabeza y había dado un golpe sobre la mesa diciendo ‘hasta aquí’, había levantado el teléfono y se había puesto manos a la obra para reducir la carga tóxica en nuestras vidas.

Pero a esas manos acostumbradas a manejar los hilos parece que les cueste levantar el teléfono si no es para hacer su teatro de marionetas.

Te cuento todo lo que Nicolás Olea me dijo en casi una clase magistral sobre química y tóxicos.

Pero te advierto: leer esta entrevista puede tener graves efectos secundarios y que tras su lectura ya nada sea igual.

O, al menos, esa es la intención.

Plásticos y envases en el punto de mira

La forma en la que el doctor Olea se topó con los disruptores endocrinos fue una de esas casualidades que en su día le costó el sueño y casi la salud.

En 1987, durante su estancia como Fulbright Schoolar en Boston (EEUU) donde estudiaba sobre el cáncer hormono-dependiente, tuvo que llevar unas muestras al laboratorio y allí se dieron cuenta que las muestras de control, que no debía tener actividad hormonal, eran hormonalmente activas.

Olea lo relata con el humor que le caracteriza.

«Todos pensaban que el español había metido la pata en las muestras y, cuando estaban casi a punto de expulsarme del país, nos dimos cuenta de que los tarros de plástico en los que había guardado las muestras de control eran los que eran hormonalmente activos y habían contaminado las muestras».

Ese desagradable incidente puso el punto de mira sobre el que Nicolás Olea centraría su trabajo a partir de ahí: los disruptores endocrinos en plásticos y envases.

Pero ¿qué son exactamente los disruptores endocrinos?

Olea los describe de forma sencilla: «Son sustancias químicas ajenas al organismo que una vez dentro del mismo modifican los niveles hormonales». Si tenemos en cuenta que casi todos los procesos de nuestro organismo están mediados por las hormonas, podremos hacernos una idea de la importancia de esa modificación hormonal.

Nuestro sistema hormonal

Las omnipresentes hormonas

Y es que al común de los mortales cuando se nos habla de hormonas pensamos en adolescentes con las carpetas llenas de fotos de sus ídolos, con la palabra ‘sexo’ tatuada en la frente y la cara perdida de acné.

Sin embargo, las hormonas son decisivas en casi todos los procesos de nuestro cuerpo, desde la síntesis de la melatonina (que es la que nos dicta, más allá del sol y la luna, cuándo hemos de dormir y despertar), hasta la del cortisol (más conocida como la hormona del estrés), pasando por la secreción de la insulina, la producción de óvulos y espermatozoides, el crecimiento infantil, el desarrollo fetal óptimo (físico y neurológico), la secreción de leche materna o el funcionamiento metabólico que determina de energía en nuestro organismo, los niveles de calcio y la acumulación de grasas en el cuerpo, entre otras muchas, muchísimas funciones.

Pero, además, para entender la complejidad de los disruptores endocrinos, es vital saber que las hormonas son el medio de comunicación de nuestras células.

Sólo eso.

Son su voz y sus oídos.

Y funcionan con una precisión que deja a los relojes atómicos a la altura del betún.

Una determinada hormona le dice a una célula ‘crece’ y la célula crece.

Es inmediato, inequívoco, preciso, perfecto.

Es casi una obra de arte.

La impecable sinfonía de nuestro organismo.

Y como la función de las hormonas es tan decisiva y vital en nuestras vidas, nuestro organismo se ha dotado de una protección doble para asegurarse de que los mensajes que recibe de cada una de las hormonas provienen única y exclusivamente de esa hormona.

Esta doble seguridad son los llamados receptores hormonales.

Olea los compara con las llaves y las cerraduras.

Cada hormona es una llave y cada receptor hormonal su cerradura.

Puede haber miles de llaves diferentes en nuestro cuerpo, pero sólo una de ellas encaja en cada una de las cerraduras.

Y nuestro organismo ha creado estos receptores hormonales para asegurarse de que el mensaje que transmite cada una de las hormonas fuera lo más seguro posible.

La llave encaja en la cerradura y la abre.

Así transmite su mensaje a la célula que, de forma inmediata desencadena una serie de procesos para cumplir con las órdenes que las hormonas le han dado. ¡Son realmente obedientes nuestras células!

Pero ¿cómo actuan los disruptores endocrinos?

Los disruptores endocrinos imitan nuestras hormonas naturales de varias formas: amplificando el mensaje que éstas transmiten a las células, minimizando el mensaje que las hormonas transmiten a la célula, evitando que el mensaje sea transmitido o subplantándolas, de forma que el mensaje sea transmitido no cuando nuestro organismo necesita, sino cada vez que entramos en contacto con los disruptores endocrinos (cada vez que nos ponemos el desodorante, cada vez que usamos la pasta de dientes, o el gel de baño…).

Como si pequeños falsificadores hubieran hecho copias de nuestras llaves y estuvieran entrando y saliendo de nuestra casa cuando quisieran…

«Y eso, nos puntualiza Nicolás Olea, es terrible, porque la gente piensa sólo en la toxicidad crónica y acumulativa, pero en el caso de los disruptores endocrinos con que ocurra la exposición, con que la llave entre en la cerradura, se transmite el mensaje».

Pero, además de esto, cada uno de estos tóxicos puede tener varios efectos dependiendo de si el receptor es una mujer o un hombre, de la etapa de desarrollo en la que se encuentre, de los tóxicos con los que se combine y del nivel de exposición.

Vamos, una puta locura.

Entonces, si las hormonas son tan importantes…

¿Por qué no se regulan estos tóxicos que las imitan?

El problema tiene muchos vértices y no es nada sencillo.

Para empezar, uno de los principales escollos radica en la forma en la que los toxicólogos definen los límites de los ingredientes en los compuestos y su toxicidad.

Te lo traduzco.

Hasta ahora se ha considerado que la toxicidad era cuantitativa. Es decir, a mayores dosis, mayores males, tiene lógica ¿no?

Sin embargo, los disruptores endocrinos escapan a toda predicción, ya que su comportamiento no responde a esa máxima de a mayores niveles de un tóxico, mayores efectos.

Y ahí está parte de la madre del cordero.

En el comportamiento de los disruptores endocrinos.

Como he dicho, cuando se habla de toxicidad se sobreentiende que a mayores dosis, mayores males.

Esto se conoce como comportamiento monotónico y, hasta ahora, los toxicólogos han evaluado los niveles de toxicidad teniendo en cuenta únicamente estos comportamientos en los ingredientes químicos.

Sin embargo, desde hace unas décadas, científicos como el doctor Olea han advertido que algunos de estos tóxicos, como los disruptores endocrinos, tenían un comportamiento no monotónico.

Es decir, que no corresponden con esa curva en la que la mayor exposición presenta los mayores efectos y que al disminuir la exposición disminuyen los efectos hasta que encontremos ese punto en el que el tóxico en cuestión no tiene efectos apreciables.

Algunos de estos disruptores endocrinos tienen su máximo efecto en concentraciones excepcionalmente bajas, mientras que a concentraciones más altas sus efectos serían menores.

Y no sólo eso, dependiendo de múltiples factores como el nivel de exposición, la hormona a la que imite, la forma en la que sea su disrupción (incrementando el efecto, minimizándolo, anulándolo o subplantándolo), el momento de vida de la persona, las interacciones con otros tóxicos y el sexo del afectado, las enfermedades que podría desarrollar son unas u otras, conformando puzzles de toxicidad imposibles de predecir con los métodos de evaluación de tóxicos actuales.

Y mientras los estudios toxicológicos no tengan en cuenta estos comportamientos no monotónicos y sus variables a la hora de establecer los niveles de toxicidad, continuaremos jugando con unas reglas obsoletas que nos dejan totalmente desnudos frente a los tóxicos y poniendo inútiles parches para paliar sus males en vez de evitar los daños.

Nicolás Olea es claro en este sentido «No existe límite seguro con los disruptores endocrinos».

Se puede decir más alto, pero no más claro.

NO existe límite seguro con los disruptores endocrinos.

Y sin embargo están por todo nuestro hogar.

En nuestros cosméticos.

En nuestra ropa.

En nuestros electrodomésticos…

Por ejemplo, unos de los disruptores endocrinos más importantes son aquellos que imitan el estradiol, la hormona más potente de todo el organismo y que es la hormona femenina por excelencia.

Es tan potente que tiene efectos en dosis tan bajas como una parte por billón.

Yo también me quedé igual cuando Olea me lo dijo, pero cuando me lo tradujo me quedé en shock.

Esto es un uno seguido de doce ceros.

Te lo ilustro más si, como yo, eres de letras.

Imagina 69 camiones de seis ejes con remolque llenos de arroz blanco y un sólo grano de arroz negro.

Eso sería una parte por billón.

El Bisfenol A y los parabenos se encuentran entre estos disruptores endocrinos.

«Nosotros, nos explica el doctor Olea, cultivamos células y hacemos el test de estrogenicidad con una solución que contiene una parte por billón de estradiol en las células. Ponemos a la célula en contacto con esta solución durante un minuto y, transcurrido ese tiempo, la lavamos.

Y así todos los días».

Y la célula prolifera aunque se haya lavado tras ese minuto de exposición, porque el mensaje con el simple contacto se ha transmitido.

Así se demuestra que las hormonas no tienen que estar constantemente «y eso, nos puntualiza Olea, desde el punto de vista fisiológico lo convierte en terriblemente jodido, porque una vez que llega el mediador y da el mensaje, el receptor recibe el mensaje. Es decir, con que la exposición ocurra ya el mensaje está recibido porque su acción es inmediata».

«Los disruptores endocrinos lo que hacen es crear ese mensaje de forma inadecuada, inopinada, en el momento más inoportuno y lo peor de todo, de forma combinada», subraya.

Recordemos que el límite de parabenos permitido en la Unión Europea, por citar un ejemplo de un tóxico muy común y debatido, es del 0,8 por ciento, cantidad muy superior a la parte por billón con la que trabaja el equipo del doctor Olea y con la que obtienen respuestas de crecimiento celular.

¿Y si en vez de una célula normal esa señal de proliferación se da a una célula cancerígena que disponga de receptores hormonales para estrógenos?

Ahí te lo dejo.

Nuestro futuro robado

Claro, alguien podría pensar que todo esto es muy nuevo y que la comunidad científica y las administraciones no han tenido tiempo de adecuar las normativas a estos nuevos y preocupantes compuestos.

Pues no.

Nicolás Olea nos cuenta que el Bisfenol A, que tanto está ahora de moda, fue catalogado como un disruptor endocrino en 1936.

1936.

Hace casi un siglo, los científicos Dodds y Lawson describieron los efectos de este compuesto en ratones de laboratorio y hablaron de su función como disruptor endocrino, publicándolo en el número 141 de la revista Nature, una de las revistas internacionales más prestigiosas del mundo.

Años más tarde, la bióloga marina Raquel Carson describía en su Primavera Silenciosa unos Estados Unidos en los que los pájaros ya no cantaban, recopilando muchos de los casos de disrupción endocrina conocidos y juntándolos en el espacio y el tiempo a modo de relato, reflejando un paisaje no ya desolador, sino casi extraterrestre.

En la década de los ochenta, la zoóloga Theo Colborn comienza a estudiar las alteraciones del sistema endocrino de diversas especies, y lo relaciona con la exposición prenatal a sustancias químicas sintéticas tóxicas.

Y en los noventa, junto a Dianne Dumanoski y John Peterson Myers, publica el libro Nuestro Futuro Robado, un hito en la denuncia de los efectos ocasionados por un gran número de sustancias químicas sintéticas en nuestro sistema endocrino y que dio lugar a la aparición de la web sobre disrupción endocrina Our Stolen Future.

Un título que puede parecer apocalíptico, pero sólo es un atisbo de las macabras consecuencias del uso de disruptores endocrinos, que no sólo condicionan la vida presente de las personas afectadas por ellos, sino que sus efectos saltan generaciones y pueden manifestarse en los hijos y nietos de quienes estuvieron expuestos a ellos.

Dietilestilbestrol, cuando la realidad supera la ficción

En este sentido, Nicolás Olea nos relata el caso de las llamadas Hijas DES que bien podría parecer el guión de cualquier novela de Stephen King.

Pero no.

Como se suele decir, la realidad siempre supera la ficción.

Desde la década de los cuarenta hasta la de los setenta del siglo pasado se estuvo recetando un fármaco para evitar los abortos que, además, hacía que las mujeres tuvieran rollizos bebés, cuyo principio activo era el Dietilestilbestrol (que en España se comercializó bajo el paradójico nombre de Protectona).

El problema es que este principio activo es un disruptor endocrino 10.000 veces más potente que el Bisfenol-A y tan potente como el estradiol.

No una, ni diez, ni cien.

10.000 veces más.

A finales de los años sesenta empezó a aparecer una enfermedad nueva desconocida hasta el momento: cáncer de vagina de células claras en adolescentes.

Tras algunos estudios se vio que este compuesto, que se había administrado a millones de mujeres en todo el mundo durante esas décadas, atravesaba la barrera placentaria y producía cáncer de vagina no en la madre que tomó el medicamento, sino, plot twist, en las hijas que nacieron tras la administración de la Protectona.

¿Cómo te quedas? A mí me temblaban las piernas cuando me lo contaba.

Infertilidad y cáncer de mama eran otros de los efectos en las llamadas Hijas DES, mientras que a los hijos varones les producía cáncer de testículo e infertilidad, a pesar de que los efectos provocados en las hijas fueron mucho mayores.

Y la toxicidad sigue saltando generaciones, ya que mientras las nietas DES no parecen mostrar signos de afectación por el fármaco, los nietos DES (hijos de hijas DES) presentan un 20% más de hipospadias que el resto de la población (apertura del orificio del pene fuera de lugar).

Y por si alguien tiene la tendencia a pensar: sí, han tenido cáncer, pero el medicamento les permitió nacer, la historia sigue sorprendiéndonos, ya que varios estudios demostraron que el diestiestilbestrol no sólo no era efectivo contra el aborto, sino que las madres que tomaron DES presentaron cuadros de hipertensión, tuvieron hijos más pequeños y abortaron el doble que las madres no medicadas, tal y como mostraba un estudio realizado en 1953 y cuyas conclusiones eran conocidas por la farmacéutica comercializadora del ‘medicamento’.

Así, el estudio pasó de puntillas mientras que los laboratorios que producían el dietilestilbestrol se dedicaban a publicitar su producto y sus supuestas bondades, logrando que en Estados Unidos se recetara no sólo para evitar abortos, sino como medicación rutinaria para hacer los partos más normales.

¿Sigues flipando?

Pues hay más.

El doctor Olea me cuenta que en España la cifra de personas afectadas por el dietilestilbestrol es de un millón, «pero no sabemos quienes son, porque no se le ha dado publicidad y muchas hijas no saben que sus madres tomaron Protectona durante el embarazo y cuando aparece un cáncer ningún oncólogo pregunta sobre estos antecedentes».

Cualquier persona pensaría que ante tamaña aberración las autoridades con las evidencias en la mano se decidieron a erradicar ese compuesto de la faz de la tierra.

Pues tampoco.

A finales de los años 70 el dietilestilbestrol se prohibió y su uso se enfocó a la ganadería, ya que como se vio en los niños y niñas DES, éstos nacían más rollizos y con un aspecto más saludable.

El uso de los fármacos de engorde para la ganadería fue prohibido hace poco en Europa, pero con la crisis de las vacas locas, el doctor Olea afirma que ‘alguna que otra importación de carne DES nos ha llegado a Europa’, un producto que aún se puede adquirir en el mercado veterinario en muchos países.

Efecto cóctel de los tóxicos

Y eso sólo hablando de un compuesto considerado disruptor endocrino, pero en nuestros hogares los podemos contar por decenas y de algunos de ellos no podemos librarnos de forma individual, por lo que se hace necesario una acción conjunta y, sobre todo, el conocimiento de los ciudadanos de aspectos tan relevantes para su salud para que exijan a las autoridades que se regulen estos tóxicos.

Ante la envergadura del problema, el doctor Olea incide en otro hecho vital.

Y es que cuando se establece los umbrales de seguridad «tampoco se tiene en cuenta el efecto combinado».

Así que, teniendo en cuenta que no se consideran los comportamientos no monotónicos de los tóxicos y que no se tiene en cuenta el efecto combinado de los mismos «los test de seguridad de los tóxicos se hacen día a día en nosotros».

Se calcula que desde que nos levantamos hasta que desayunamos estamos en contacto con más de 50 tóxicos.

50, Maricarmen.

Ya te puedes hacer una idea de la carga tóxica que podemos tener en nuestro cuerpo antes siquiera de mojar la magdalena en el café.

Además, aunque se hicieran test de seguridad teniendo en cuenta todos los condicionantes que hemos mencionado, éstos se hacen en ratones de laboratorio.

No vamos a entrar en disquisiciones éticas sobre el uso de animales en los test de laboratorio, eso daría para otro artículo, pero ¿realmente se puede medir un tóxico inoculado en un animal cuya esperanza de vida es de sólo unos meses?

Definitivamente, no.

Los seres humanos, con ochenta y pico años de esperanza de vida en España en 2024 nos hemos convertido en auténticas reservas de tóxicos ambulantes, donde se mezclan los químicos de todo tipo en diferentes momentos de nuestra vida, en distintos niveles y que actúan de forma sinérgica.

Para probar la importancia de este efecto cóctel, Olea nos recuerda el estudio que Andreas Kortenkamp y otros dos científicos de la universidad de Brunel en Londres publicaron bajo el título Something From Nothing, Algo de la nada, en el que observaron los efectos sinérgicos de ocho sustancias que de forma individual carecían de efectos en las mismas concentraciones.

«Al combinarlos el efecto era total. Ese es el efecto aditivo que no se contempla por los toxicólogos», señala Olea.

Es decir, a la hora de establecer los límites de un ingrediente en cosmética, por ejemplo, se analiza única y exclusivamente los efectos de ese ingrediente, y no las interacciones con otros tóxicos, las sinergias y cómo se potencian unos a otros, creando en el laboratorio unas condiciones totalmente irreales de los tóxicos cuyos devastadores efectos reales sólo se aprecian día a día en las desalentadoras cifras de determinadas enfermedades que se incrementan año tras año en las mayores ratas de laboratorio del mundo: los seres humanos.

Y por si todo esto fuera poco, agárrate que viene curva.

El cáncer. Una enfermedad en la que pesa más el código postal que el código genético

Llegamos a la enfermedad que se ha convertido en una auténtica lacra de la sociedad occidental.

Una enfermedad que ha cercenado familias enteras y de la que, a pesar de los miles de millones de euros invertidos para curarla, no sólo no se ha logrado detener, sino que sus expectativas son totalmente desalentadoras, ya que en 2017 en España se alcanzaron las estimaciones de cáncer previstas para 2020 y ya se estima que una de cada tres mujeres y uno de cada dos hombres sufrirá cáncer a lo largo de su vida.

¿Te lo digo otra vez?

Una de cada tres mujeres y uno de cada dos hombres tendrá un cáncer a lo largo de su vida.

«Y siguen diciendo que todo va bien. Y todo va bien porque se habla de cáncer de mama y se habla de cronificar la enfermedad y todo el esfuerzo se pone en que la ciencia te solucione los problemas, ¡¡pero los ciudadanos lo que quieren es no tener cáncer!!», espeta Nicolás Olea, quien defiende la prevención como mejor método de combatir esta enfermedad.

Porque el cáncer es una lotería, sí, pero las mayor parte de las papeletas no vienen dadas por nuestros genes. Pero nos han convencido de ello.

Y muy bien, por cierto.

De hecho, Olea asegura que parte del problema está en las facultades de medicina donde, «por desgracia, no se estudia toxicidad. La medicina es diagnóstica y terapéutica. A los médicos les han dicho hasta la saciedad que la culpa de todo está en los genes. Y nadie les ha enseñado que la clave es la prevención».

En este sentido nos comenta un trabajo concienzudo que se ha llevado a cabo sobre la mortalidad por cáncer por municipio en España y del que Olea asegura «sale un mapa muy esclarecedor».

Por ejemplo, «en el caso del cáncer gástrico está todo acumulado en el río Duero. Estos estudios sirven para generar hipótesis y en este caso es el contenido de arsénico de la tierra o el consumo de ahumados. Cuando ves el de vejiga, el de pulmón y todos los cánceres que son geográficos te das cuenta de que cuando hablamos del riesgo de contraer cáncer es mucho más importante el código postal que el código genético. Donde vivimos y las costumbres que hay allí determina de forma más clara el riesgo de padecer un cáncer, pero toda la inversión está enfocada en investigar el código genético».

Olea repite esta frase en todas sus conferencias, a ver si cala de una vez por todas el mensaje.

Pero mejor juzga por ti misma si el lugar en el que vivimos tiene incidencia a la hora de contraer determinados cánceres o genéticamente somos radicalmente diferentes de unas provincias a otras…

Disruptores endocrinos y cáncer de mama: el secreto está en tu desodorante

En cuanto al cáncer de mama, Olea afirma que «con el sistema hormonal femenino, se sabe desde hace tiempo que la clave del cáncer hormonodependiente está en el pico de estradiol y el valle de estradiol», y nos explica cómo funciona esta hormona femenina: «durante un día del ciclo se está en lo más alto y el resto desciende hasta el día en el que se está más bajo, momento en el que vuelve a ascender.

Con el suplemento de estrógenos de los tóxicos, la curva del estradiol no tiene momentos valle, no hay descanso para el cuerpo de estradiol.

Y el riesgo de esa ausencia de descanso es contraer cáncer de mama.

Porque la única causa conocida de cáncer de mama es el hiperestrogenismo».

Flipa.

La primera vez que lo escuchaba.

La única causa de cáncer de mama hormonodependiente es el hiperestrogenismo.

Y sentencia de forma tajante: «si una mujer sufre insuficiencia ovárica primaria o cualquier otra dolencia que provoque niveles bajos de estrógenos, su posibilidad de cáncer de mama hormonal baja hasta situarse en el nivel del varón», es decir, una cifra inferior al uno por ciento, mientras que en el resto de mujeres la incidencia es de una de cada ocho mujeres.

O sea, cuando usamos productos cosméticos con disruptores endocrinos que imitan los estrógenos, como los parabenos o el clorhidrato de aluminio de los desodorantes, estamos dando una dosis extra de estrógenos a nuestro organismo.

Todos los días.

Tras la ducha estamos colaborando con el enemigo, estamos poniendo una bola más en el macabro bombo del cáncer de mama, porque nuestro cuerpo, acostumbrado durante milenios a esa curva de subidas y bajadas de estrógenos, ya no tiene descanso.

Así, los tóxicos actúan de tal forma que nuestro organismo siempre tiene altos niveles de esta hormona tan importante en el cuerpo humano pero cuyos niveles alterados son decisivos en los cánceres de mama, útero, endometrio y ovario, pero también en la formación de quistes, miomas e infertilidad.

¿No sería más sencillo decir a las mujeres que dejaran de usar imitadores de estrógenos en sus desodorantes?

¿No sería un gran ahorro para las arcas del Estado y para el sufrimiento de tantas y tantas familias devastadas por esta enfermedad?

¿No sería más ético dejar de usar esos tóxicos en cremas y botellas de agua en vez de vestirlas de rosa y colgarles mil charms de lacitos rosa repletos de hipocresía?

Si quieres liberarte de todos estos tóxicos, en mi tienda de cosmética ecológica tienes productos saludables para tu piel, para tus hormonas y para el planeta.

157.000 millones de euros en gasto farmacéutico en la UE por culpa de los disruptores endocrinos

Otra de las consecuencias más devastadoras de los disruptores endocrinos es la baja fertilidad, calificada como ultra baja para España.

Más del 15% de las parejas tienen dificultad para concebir un hijo y de ellas el 60% es debido a la baja calidad seminal del hombre.

En este sentido, la hipótesis que baraja el equipo del doctor Olea es clara: «la mala calidad y la baja fecundidad de la población española está relacionada con la exposición intrauterina a químicos hormonales en los cuarenta días después de la fecundación. Esos 40 días en los que a la mujer le falta la regla y se entera de que está embarazada, esos días son los que definen la calidad seminal del feto macho, que se pone de manifiesto treinta años después, cuando el bebé ya es adulto y no puede concebir».

«Esa es la ventana de exposición y está manifestado con 30 años de diferencia. Esa es nuestra hipótesis de trabajo. Y la respuesta de la ciencia a esto es la fecundación in vitro».

Así que, si estás buscando un embarazo has de extremar las precauciones, ya que es durante ese periodo de tiempo en el que aún no sabes que estás esperando un bebé cuando los tóxicos pueden hacer que tu hijo de adulto tenga una pésima calidad seminal.

Aunque eso sólo lo sepas cuando tu hijo te diga que no puedes ser abuela…

¿Te acordarás tú de lo que hiciste hace 30 años, de lo que tocaste, compraste y a lo que te expusiste?

Pero el cáncer y la infertilidad sólo son dos de las enfermedades en las que los tóxicos influyen de forma decisiva.

La obesidad infantil (amén de la sendentaria vida de nuestros pequeños, los dulces y la comida basura), la diabetes, los déficits neuronales, el TDAH, el asma, las alergias y otras enfermedades autoinmunes y neurodegenerativas, la endometriosis y los miomas, las alteraciones de la tiroides, las malformaciones fetales (sobre todo las de los genitales masculinos como las hipospadias y criptorquidias que van en aumento), pubertad precoz, elevados niveles de estrés y un larguísimo etcétera de dolencias que podrían disminuirse reduciendo la exposición a estos tóxicos y aplicando el principio de precaución de la conferencia de Wingspread de 1998, donde se estableció el principio de precaución según el cual: “(…) cuando una actividad se plantea como una amenaza para la salud humana o el medio ambiente, deben tomarse medidas precautorias aún cuando algunas relaciones de causa y efecto no se hayan establecido de manera científica en su totalidad.”

Es decir, no hace falta que se demuestre en su totalidad esa relación causa-efecto, sólo con la sospecha sería suficiente.

Y en disruptores endocrinos son miles los estudios científicos que corroboran las alteraciones en todo nuestro sistema hormonal.

Miles.

Y a pesar de todo esto, las veces que la Unión Europea ha aplicado el principio de precaución podríamos contarlas con los dedos de la mano.

¿Por qué esa reticencia a la hora de establecer límites de tóxicos con tantas y tan graves implicaciones en la salud humana y de los ecosistemas?

No es un tema baladí, ya que se estima que el gasto sanitario en el seno de la Unión Europea causado por los disruptores endocrinos es de 157.000 millones de euros anuales.

Os he hablado muchas veces de Nicolás Olea.

De su labor en el comité de disruptores endocrinos de la Unión Europea, de algunos de las decenas de estudios que ha publicado en las revistas científicas más importantes, de sus conferencias y de la tremenda labor de concienciación que realiza.

Y en cada una de sus charlas destaca que sus estudios y los de su equipo los pagamos todos los europeos. Repito.

Sus estudios salen de nuestros bolsillos.

Tendría sentido, pues, que algo por lo que pagamos tuviera un buen fin.

Cuando le pregunto qué hacen los gobernantes con sus estudios se encoje de hombros y me dice «En algún cajón andarán».

«Los científicos no hacemos lobby. Conseguimos los proyectos, hacemos las investigaciones, las publicaciones y la difusión, pero nada más. Y todo eso lo paga la Unió Europea. Hacemos nuestras revisiones por pares y siempre nos preguntamos, bueno, si lo están pagando, alguien se lo estará leyendo. Pues no tenemos la más mínima conciencia de que nadie se está leyendo lo que se está financiando».

«Además, puntualiza, no hemos prometido fidelidad a un objetivo común. Los de Ford, Novartis o Singenta sí la tienen y son un lobby muy fuerte, pero los científicos no. Nosotros sólo tenemos fidelidad a los resultados. A la ciencia».

Y lo dijo como quien acepta una verdad muy amarga que a mí me está costando mucho digerir.

El lobby feroz

Hasta que empezamos a investigar sobre el tema de los tóxicos no sabíamos nada sobre el funcionamiento del lobby de la industria química.

Y el tema es muy cachondo.

Por decirlo de alguna manera.

Se calcula que entre 20.000 y 30.000 lobistas tienen acceso a las sedes de la Unión Europea donde ejercen su labor de influir, en nombre de empresas y corporaciones, en la aprobación o el rechazo de leyes y propuestas, cargándose de un plumazo aquello de la independencia y la separación de los poderes, ya que todos ellos están unidos por el anillo único del poder.

De esta forma, los órganos consultivos de la Unión Europea están presididos, compuestos e influenciados por personas que trabajan para estas corporaciones.

Así se entiende que no se hayan aprobado muchas de las leyes para regular los disruptores endocrinos, como los parabenos, unos conservantes baratísimos y altamente efectivos pero que tienen el pequeño defecto de ser disruptores endocrinos.

O que se haya prohibido en muchos ámbitos el Bisfenol-A, pero no el resto de bisfenoles presentes en todos los plásticos de nuestros hogares, desde las botellas de agua a los juguetes de nuestros bebés (y los de los adultos), las fiambreras, el film con el que envolvemos los congelados, los envases cosméticos, las botellas de aceite de oliva, el recubrimiento de las latas de conserva y un largo etcétera de productos en nuestro hogar repletos de estos tóxicos cuyas acciones se relatan en las más prestigiosas revistas científicas.

Adiós Bisfenol-A.

Hola Bisfenol-S o Bisfenol-F.

Otro gol que te meten.

Eso sí que es un partido desigual, no es España Malta del 83.

La prohibición de estos ingredientes supondría un varapalo no sólo para la industria química que los produce, sino para todas las marcas de cosmética tradicional, las farmacéuticas y las empresas de alimentación que deberían dejar de usar esos dañinos conservantes y sustituirlos por otros.

Así que de momento la UE sigue apostando por la industria en vez de apostar por los ciudadano.

Y si tienes una mente tan sucia como la mía, puedes incluso pensar que esas mismas empresas farmacéuticas son las que producen los medicamentos para paliar los efectos de los disruptores endocrinos en nuestra salud que, como te he contado antes, en 2015 ascendió a más de 157.000 millones de euros en gasto sanitario para la UE.

Así que ganan produciéndolos y ganan administrando los paliativos a las enfermedades que contribuyen a generar.

Eso sí es un win-win y lo demás son tonterías.

Pero tal vez tu mente sea más virginal que la mía y prefieras mirar hacia otro lado y buscar otras causas.

Y no es que quiera joderte la vida y que dejes de verla de color de rosa, pero te voy a dejar con el documento Un asunto tóxico que seguro te sorprenderá tanto como a mí.

Se trata de un documento que recoge las pesquisas de la periodista independiente Stéphane Horel, quien ha investigado sobre la influencia de las corporaciones y los conflictos de interés en temas de salud pública y medio ambiente.

Eso de que la realidad supera la ficción se hace carne.

Además, uno de sus artículos sobre la regulación sobre los EDC (disruptores endocrinos) ha sido galardonado con un Laurel de la Columbia Journalism Review, y que explica a la perfección por qué la Unión Europea no aplica el principio de precaución, las presiones a las que se ven sometidos los parlamentarios y los miles de millones de euros que se destinan a que los estudios científicos que alarman sobre los tóxicos (o el cambio climático, o tantas otras cosas de trascendencia para el futuro de nuestra sociedad y nuestro planeta) sean tildados de parciales o de faltos de argumentos.

Otra parte de esos grandes presupuestos se va en campañas de marketing que hace que los ciudadanos de a pie no podamos cuestionar la seguridad y salubridad de esos productos, apelando a nuestros sentimientos, y creándonos muchas dudas sobre las voces que se alzan clamando por un nuevo paradigma en el que los tóxicos no formen parte de la ecuación.

Ahora entiendo muchas cosas más sobre el comportamiento humano, sobre lo aborregados que estamos, sobre lo manipulables que somos.

Pero, sobre todo, entiendo a Platón.