Hoy el dichoso Coronavirus nos tiene en casa. Nos tiene parados, expectantes, asustados, nerviosos, pensando en nosotros, pensando en nuestros mayores, en nuestros pequeños, pero también en el bar de la esquina con la persiana bajada, en la tienda de ropa de barrio con las luces del escaparate apagadas, en los autónomos que se quedan en casa con tres niños a su cargo, en las empresas que se van a ahogar con este parón, en las que sobrevivirán sacando pecho (y uñas y dientes).
Este virus ha venido para algo más que para atemorizarnos. Para algo más que para llevarse a nuestros amados mayores. Este virus nos trae incertidumbre, aburrimiento, miedo y nerviosismo.
Pero intenta eliminar todas esas capas, como si de una cebolla se tratara. Este virus también nos trae solidaridad, aprecio por lo que tenemos, bien sea nuestra sanidad pública, bien sea el conocer a ese vecino a través del patio de luces en el que jamás hemos reparado.
Sin duda el coronavirus es un virus que nos borra el ombligo. Pone en el centro de nuestro universo lo que realmente importa.
Déjame que te cuente un poco más sobre mí. Hoy hablaré en primera persona, si hay que quitarse caretas (que no máscaras) que la mía sea la primera. Hace nueve años el mundo era muy diferente para mí. Mi mundo era yo, mi, me.
Yo pensaba en lo que me pasaba a mí, porque estaba pasando por una época muy dura. Realmente dura. Y sufría. Mucho. Yo sufría y quería dejar de sufrir. Yo quería estar bien. Yo quería ser madre. Yo quería tener un trabajo digno. Yo había estudiado toda mi vida y me merecía una recompensa (era el paraíso que me habían prometido y lo exigía). Yo quería tener un padre y no una madre viuda llorando por los rincones. Me sentía pequeña, inútil. La vida me había arrebatado los colores y la alegría. Yo quería, yo merecía… Eso no era lo que me habían vendido. Lo que me habían prometido. Me dijero que me esforzara, y lo hice, que esperara, y lo hice. Y lo prometido no llegó. Y quería que el Universo repartiera cartas de nuevo. Esa mano era una mierda.
Y yo sufría. Porque mis zapatos me apretaban y no podía estar en los de nadie más ¿Cómo hacerlo si no podía dejar de sentir dolor? Es más, me quejaba de que nadie se ponía en mi lugar. Unos zapatos incómodos, que me hacían llagas y me impedían llegar donde quería, mientras otras calzaban tacones sin esfuerzo, o iban con cómodas zapatillas que les permitían correr maratones. Jamá aprecié que, al menos, tenía zapatos.
Yo tenía dolor de espalda, de tanto mirar mi ombligo. Yo sufría de migrañas, de tanto pensar en mis problemas, en mis dolores, en mis sufrimientos.
Y no entendía como cada vez, aunque lo intententara con todas mis fuerzas, el universo me devolvía más de lo mismo. Más de lo que no quería.
Fue un duro, durísimo trayecto.
Nueve años atrás la galaxia entera era diferente. No os diré que fue de la noche a la mañana, aunque la llegada de Leo calmó el mayor de mis desasosiegos. Llevaba tantos años quejándome de lo que no quería, que no sabía hacer otra cosa. No sabía dejar de quejarme, dejar de hablar de mí.
Leo y el paso del tiempo, la meditación y algunas lecturas me han ayudado a diluir mi yo (diluir, no desaparecer, que también me dan unos ramalazos que amenazan con expandir mi ombligo hasta tragarme…). Pero poco a poco empecé dejar de pensar en mi pequeño yo, para empezar a concentrarme en tu gran tú, el gran vosotros, el inmenso ellos.
En cómo Orgànics Magazine puede servir de vehículo para ayudar al resto de gente. Para ayudar a marcas, tiendas y, sobre todo, a vosotras que estáis ahí detrás y nos dejáis comentarios que nos saltan las lágrimas, testimonios que nos encongen el alma y dudas que me mantienen durante horas al ordenador pegada.
Porque detrás de cada una de vuestras consultas no hay un gabinete. Hay dos manos con diez dedos en total. Hay un solo cerebro, una mujer, una emprendedora, una madre. Y no, no soy una mujer orquesta ni una súper mujer. Siquiera una malamadre.
Solo pienso en cómo puedo aportar más a quien está detrás de esta pantalla. Estudié periodismo pensando en la función última de la información, la del servicio, un sueño del que desperté a la primera práctica. Y al crear Orgànics Magazine es cuando vi la luz. Cuando supe cuál era mi cometido en la vida. Mi camino.
No ha sido una Epifanía mística, sino un fluir certero. Como cuando las gotas de lluvia se unen creando ríos incesantes. Primero riachuelos imperfectos y, finalmente, un gran río.
Hoy el Coronavirus nos detiene, pero si conseguimos apagar la tele, apagar el nerviosismo, el aburrimiento, el pesar, la incertidumbre. Si conseguimos callar todos esos hijos del miedo y nos quedamos en silencio podremos escuchar algo más allá. Escuchar los aplausos en los deslunados. Escuchar nuestros pasos en la calle cuando bajamos a comprar. Escuchar los pájaros en los árboles. Escuchar a nuestro vecino, más allá de oirlo. Escuchar el silencio. Y emocionarte con esa nueva sinfonía.
Y si te levantas la camiseta, podrás ver cómo tu ombligo se va borrando. Cómo cada vez que dejas de pensar en ti y piensas en global sientes que ese centro tuyo forma parte de algo más grande.
Quizá lo veas como algo místico, como una cuerda que nos une a todos, como un árbol con raíces que nos conecta. Pero no hace falta. Es tan sencillo como que si tu caes, yo voy detrás.
Ante el coronavirus tenemos dos opciones: Seguir tocándonos el ombligo (algo que ya conocemos muy bien) o dejar de mirarlo y experimentar cómo se borra para convertirse en una unión más grande. Reactivar la economía y este gran batacazo no solo está en manos del Gobierno y sus medidas que no serán más que un colchón al final de abismo que no nos librará de la caída.
Pero hagamos un ejercicio a modo de ilustración. Piensa en tu trabajo. El que sea. Ahora coge cincuenta euros y mételos en una caja fuerte. Esos cincuenta euros suponen la contención del gasto. Lo que la gente hace cuando tiene miedo. Es el ombligo. Déjalos ahí. Seguros, calentitos.
Y coge otros ciencuenta euros e imagínate yendo a la tienda de moda de tu barrio o a esa pequeña web de moda sostenible de la que siempre dices ‘me encantaría comprarme algo de ahí’. Imagina que te gastas ciencuenta euros. Y que te llega tu paquete. Te pruebas lo que has comprado y te queda como un guante. Es perfecto, justo lo que querías. Ya tienes ganas de que termine esta dichosa cuarentena para estrenarlo… ¿O por qué no estrenarlo ya?
Imagina la tendera de tu barrio, o la tienda de internet en la que has comprado. Imagina que cogen esos 50 euros y se van a un restaurante a comer. A celebrar que la vida sigue. Y comen a placer con tus 50 euros, mientras la brisa primaveral les acaricia en la cara, les atienden de maravilla y dejan una buena propina. Hoy el sol brilla.
Piensa ahora en el dueño del restaurante, que puede pagar a sus proveedores de forma puntual para seguir alimentando a clientes felices con tus 50 euros (y los de tus vecinos).
Y ahora piensa en ese proveedor del restaurante que paga sus facturas y puede crecer más y ahora piensa en tu trabajo. En que esos 50 euros vuelven a ti. Que el restaurante contrata tus servicios, compra tus productos o los de tu empresa, permitiendo que la rueda siga viva.
Mírate la mano. Vuelves a tener 50 euros. Con esos 50 euros te has comprado un vestido, alguien ha comido, alguien ha pagado a su proveedor y alguien ha contratado tus servicios. Has aportado valor al mundo, has consumido de forma responsable, has ayudado a una empresa a salir del bache. Y todo ha vuelto a ti.
Ahora abre tu caja de caudales y mira los 50 euros que allí has guardado. ¿Qué valor han aportado al mundo?
Es un ejemplo muy reduccionista que muestra el valor que tiene cada una de nuestras acciones, el tremendo impacto que podemos causar en el mundo con nuestra pequeña contribución. Multiplica ese pequeño gasto (no nos volvamos locos y nos quedemos sin un duro, nunca apostamos por un consumismo desmesurado) por todos y cada uno de nosotros.
Y piensa, piensa en cómo puedes aportar algo a este mundo en crisis.
Nosotras, para empezar, vamos a darte un listado de tiendas conscientes en las que puedes comprar. No estarán todas, pero sí las que adoramos y sabemos que no te van a fallar. ¡¡Mañana mismo empezamos!!
Y tú ¿cómo aportas valor a este mundo congelado?