Los ciudadanos, hasta ahora, sólo disponíamos de un breve folleto de una página (además en inglés) en el que se alertaba de los peligros de los parabenos. En él se resumía que hacía falta más estudios (si la misma UE los cuantificaba en 27.000 imaginad la complejidad de lo que estamos tratando) y que los parabenos en los límites establecidos (0,8% para los productos con un solo éster y 0,4 para los que llevaban más de uno) eran seguros.
Pero, había un recuadradito en el que se cuestionaba si eran seguros para los bebés se decía que dadas las características de los bebés no era recomendable el uso de productos con parabenos en la zona perianal, sobre todo en los bebés de menos de seis meses porque su sistema inmunológico estaba inmaduro y quizá no fuera capaz de deshacerse correctamente de estas sustancias químicas.
Aparte de los bebés ¿se os ocurre algún tipo de ciudadano cuyo sistema inmunológico no esté todo lo fuerte que debiera? ¿qué hay de las personas inmunodeprimidas? Personas con cáncer, en diálisis, con Sida, trasplantados… ¿Conocéis a alguna persona que esté en alguna de estas situaciones?
Ni que decir tiene que, junto a un sistema inmunológico frágil como el cristal, en el caso del cáncer se unen los daños que la quimio y la radio provocan en la piel. Pieles quemadas, resecadas, peladas, ajadas… barreras cutáneas tan fuertes como los diques japoneses ante el tsunami del 11 de marzo de 2011…
Desgraciadamente, no conocemos ningún paciente oncológico -y hemos conocido varios…, demasiados- a quien sus médicos les hayan recomendado no usar productos con ingredientes agresivos en la piel. No sé si es desconocimiento o prepotencia médica, pero, nos encantaría que la profesión médica en masa se atuviera a ese ‘principio de precaución’ que ahora la UE urge en aplicar a los disruptores endocrinos y que recomendaran a sus pacientes que no usaran cosmética con parabenos, SLS, SLES, siliconas…
Por suerte tenemos un sistema médico que genera una enorme confianza en los ciudadanos y ellos son los que deberían dar un paso al frente para que los ciudadanos entendieran la suma importancia de llevar una vida más sana y sin tóxicos. En este magazine lo gritamos a los cuatro vientos, pero nuestra voz, de momento, es muy pequeña…
Por otro lado creemos que determinadas declaraciones de la Academia Española de Dermatología y Venerología han sido poco afortunadas y muy prepotentes, y, desde nuestro humilde punto de vista, han hecho un flaco favor a la sociedad. Nos referimos, en concreto, a las afirmaciones del jefe del Servicio de Dermatología Laboral del Instituto de Salud Carlos III de Madrid, el doctor Luis Conde Salazar, quien aseguraba que los parabenos no provocaban cáncer. Por supuesto, este doctor afirmaba que otros sustitutos son peores.
Y nos parece muy irresponsable porque este doctor sólo habla de la vertiente dermatológica obviando muchos de los estudios de la vertiente endocrina porque ¡es un dermatólogo! Para hablar con propiedad de estas cosas debería ser un endocrino o un oncólogo porque ¡ahí es donde está el problema! Es como si un dentista dijera que las amalgamas de mercurio no presentan ningún problema para la salud dental ¡claro, porque para los dientes son perfectas, pero tóxicas para el resto del organismo!
Hasta el momento la AEDV se ha encargado de proclamar a los cuatro vientos que los parabenos no provocan cáncer. Y sí, dicho así de reduccionista es totalmente cierto, no lo provocan, pero inciden en el sistema endocrino de forma decisiva. Además de una institución tan prestigiosa se espera unas afirmaciones algo menos demagógicas y, sobre todo, que respetaran el duro trabajo que durante décadas han venido haciendo doctores internacionalmente respetados como Nicolás Olea o Miquel Porta.
Lamentablemente nuestras palabras no son fuentes autorizadas por la sociedad. Se pueden creer o no (por eso tenemos el deber de aportar fuentes), pero las palabras de un médico y representante de la AEDV sí son fuentes autorizadas, es una persona cuyas palabras van a ser creídas por muchos ciudadanos. Por eso nos parece tan irresponsable…
Es cierto que la AEDV ha publicado numerosos estudios muy documentados y muy profesionales pero en la vertiente endocrina (y dado que no es su campo) han apuntado que no hay estudios concluyentes, y que la actividad estrogénica de los parabenos es de 10.000 a 100.000 veces inferior a la actividad del beta-estradiol (una de las hormonas esteroides femeninas y que se utiliza sintetizada para los tratamientos de fertilidad), restando importancia a todos los estudios que vinculan el uso de parabenos y otros disruptores endocrinos al cáncer y a otras enfermedades.
Afortunadamente las últimas declaraciones de la Unión Europea sobre los parabenos a través del informe que publicamos intentan zanjar estas cuestiones advirtiendo lo que muchos científicos expertos en este campo siempre han dicho: que no hay cantidad segura de estos ingredientes y que en muy bajas concentraciones su actividad puede ser igual de nefasta, o más, que en grandes concentraciones.
Pero, reiteramos que la información a la sociedad en este sentido es totalmente nula. Nosotras y otras webs centradas en el mundo ecológico podemos reivindicar el uso de una cosmética más respetuosa con el medio ambiente y con nosotros mismos pero, desgraciadamente, no somos más que una minoría a la que se tilda de alarmista y extremista ¿cómo iba a permitir un gobierno que se vendiera algo perjudicial para la salud de los ciudadanos?
Por eso, desde este granito de arena que es nuestra Atalaya privada reclamamos una información clara y veraz a los ciudadanos por parte de personas a quienes los ciudadanos consideren ‘personas autorizadas’, para que sean los ciudadanos los que decidan si quieren o no seguir usando cosmética con parabenos.
Otro de los grandes problemas a los que nos enfrentamos con los parabenos y otras sustancias es a las campañas de marketing y publicidad de las empresas. Conocemos las propiedades del aloe vera desde hace mucho, pero desde hace unos años parece que las marcas cosméticas descubrieron esta planta como la ‘panacea’ y las estanterías de las perfumerías y droguerías se llenaron de productos con aloe vera, anunciando sus virtudes aunque en los ingredientes el Aloe Barbadensis apareciera justo antes de los parabenos.
Lo mismo pasó con las bayas de goji, con el aceite de argán… Y ahora pasa con los parabenos. Hay marcas que cuelgan el sello ‘sin parabenos’ como reclamo publicitario en una de sus líneas, pero siguen usando otras sustancias igual de dañinas y, lo más curioso, siguen usando parabenos en otras líneas de la misma firma. Otras, aún más listas, cuelgan el logo cuando sus productos, por el tipo de formulación que tienen, no requieren de estos compuestos.
Todo esto sólo contribuye a incrementar la incertidumbre sobre estas sustancias y a que los ciudadanos consideren que los parabenos no son más que una estrategia publicitaria y, desgraciadamente no les sobra razón, ya que muchas marcas así lo hacen…
Por otro lado, el hecho de que marcas cosméticas de renombre internacional, con productos que valen cientos de euros, con anuncios millonarios en televisión y prensa y patrocinadores de grandes eventos y pasarelas internacionales usen estos ingredientes sólo empeora la situación ¿cómo va a venderme un producto dañino una marca de reconocido prestigio que invierte millones de dólares en investigación y patentes? Por poner un ejemplo de una marca que nos encantaba hablaremos de Estée Lauder ¿por qué en vez de donar miles de dólares a la lucha contra el cáncer de mama no retira las sustancias de sus propios cosméticos que están bajo sospecha de ser disruptores endocrinos? Quizá porque eso le haría ganar muchos menos millones de dólares de los que dona colgándose medallas…
Y después del bombazo de la UE ¿cómo es posible que ninguna casa haya dado un paso para eliminar estos componentes antes de que se prohíban? ¿Quieren envenenarnos? Vale, vale, vale. Hagamos un alto. No somos de las que vemos gigantes en los molinos pero no paramos de pensar en por qué las empresas no producen productos más saludables y por qué los gobiernos no defienden a sus ciudadanos.
Lo cierto es que es muy complicado regular todo esto. Si la UE, tras el informe que ha publicado, decidiera imponer el principio de precaución para todos los cosméticos que llevaran parabenos, SLS, SLES, siliconas y un largo etcétera de sustancias químicas… sería el caos para estas industrias. Hablando sólo de los parabenos estamos hablando de la farmacéutica (recordad que los parabenos están presentes en muchísimas formulaciones de medicamentos), de la alimentaria y de la cosmética… Por no hablar de la industria petrolífera, de la que se extraen muchos de los compuestos a los que se debería aplicar el principio de precaución. Todas ellas inmensamente poderosas y que no van a permitir que unos gobiernos les impidan seguir ganando dinero a raudales sin documentación concluyente.
Además, esto supondría que las casas cosméticas tendrían que reformular todos sus productos. Supongamos que la UE diera un tiempo de ‘gracia’ para que los nuevos productos sustituyeran a los antiguos ¿quién se iba a comprar una crema con los productos tóxicos teniendo al lado o en otra tienda la nueva sin químicos? Por no hablar de que algunos de los ‘milagros’ de esta cosmética no serían posibles sin estos ingredientes dañinos pero tan sumamente efectivos.
Los gobiernos se enfrentan a un gigante de siete cabezas al que no pueden hacer frente (no ya de forma individual, sino de forma colectiva) y sólo unos pocos gobiernos han tenido la valentía de velar por los intereses de los ciudadanos frente a los intereses de las grandes firmas (y sólo en el caso de los bebés y niños menores de tres años, obviando otros grupos de riesgo). ¿Por qué los gobiernos no defienden la salud de sus ciudadanos, y sin embargo se gastan millones de euros en costear los tratamientos médicos de tantísimas enfermedades que se han acrecentado en nuestra sociedad bajo el paraguas de los tóxicos?
Personalmente no creemos que las firmas cosméticas quieran envenenarnos, simplemente que usando productos derivados del petróleo pueden producir grandes cantidades con un coste mucho más bajo que el mismo producto sin químicos y teniendo en cuenta los millones que invierten en publicidad… (por eso la cosmética ecológica no suele anunciarse en televisión ni hace campañas publicitarias tan bellas y abrumadoras como las grandes firmas, por eso sus márgenes de beneficio son menores y por eso los productos ecológicos son algo más caros, porque producirlos es mucho más costoso en todos los sentidos).
Sería casi imposible hacer una crema que costara menos de cuatro euros y gastarse millones de dólares en campañas publicitarias.
Pero sigamos con nuestras divagaciones: ¿alguna vez habéis comido un yogur caducado? ¿y un huevo? Bueno, con lo primero no pasa nada, lo segundo ya es más peliagudo.
Vale, perdonad si os hemos dejado de pasta de boniato con esta comparación pero nos explico. Para nosotras la cosmética tradicional es como un yogur. Tiene su fecha de caducidad, a partir de la cual las cremas, pintalabios, sombras etc… comienzan a perder sus cualidades y los fabricantes te recomiendan encarecidamente que los tires y compres otros. Sin embargo y gracias a la acción de algunas sustancias, principalmente de los maravillosos parabenos –y en esto no hay ironías, cumplen su cometido extraordinariamente bien-, podemos abrir una crema de bote de boca ancha en 2005 y llegar a 2013 con la crema intacta.
Sí, el fabricante por imperativo legal te alerta de los peligros de usar su producto pasada la fecha de caducidad (con ese símbolo del botecito abierto), pero ¿quién se acuerda qué día… o mes abrió una crema? ¿Y una sombra de ojos? Antes teníamos botes de crema abiertos durante un lustro y tan ricamente. ¿Y vosotras? ¿habéis tirado algunos polvos sueltos o alguna sombra porque estaba caducada? Y los geles y champús ¿habéis ido al apartamento de verano y habéis visto que os los dejásteis el año pasado y habéis exclamado ¡qué barbaridad, esto está caducado!? Y lo habéis tirado por el retrete… Esa es la magia de los parabenos…
Sin embargo la cosmética ecológica, es como un delicado huevo fresco (y bio, por supuesto). Puedes comerlo el día en el que caduca, o un par de días después si eres atrevido, pero no mucho más allá ya que es un producto fresco sus cualidades organolépticas se pierden con más rapidez y pasada la fecha de caducidad hay que tirarlo, sí o sí. La cosmética ecológica es igual. Está llena de ingredientes naturales y aceites y los conservantes que utiliza son naturales o, si son sintéticos, no son dañinos y su efectividad no es tan grande como la de los parabenos. Así que, si compras una crema ‘bio’ has de hacer caso a la fecha de caducidad del bote porque en este caso sí se pierden sus muchas cualidades naturales al pasar la fecha de caducidad (esto no quiere decir que te vaya a pasar nada, sólo que sus cualidades no son las mejores).
En la parte buena tenemos que los productos bio podemos conocer su fecha de caducidad exacta con el olfato. Los aceites y mantecas se enrancian y ese aroma delator es el que te dice que ha llegado el momento de comprar otra crema.
Por eso nos resulta difícil imaginar una empresa que se jacta con un eslogan como ‘cada 7 segundos, en el mundo se compra tal crema’ haciendo productos sin parabenos ni otros químicos sintéticos dañinos sabiendo que, quizá, no se compre una crema cada 7 segundos si la crema en cuestión va a caducar a los seis meses. ¿Podríamos comprar una crema por menos de cinco euros que no llevara componentes dañinos y cuya marca pudiera gastarse millones de dólares en publicidad? Lo dudamos.
¿Comprarías una crema de más de cien euros si supieras que en seis meses tendrías que tirar lo que no hubieras usado? ¿tendrías 15 pintalabios, cuatro bases de maquillaje, dos prebases, diez sombras, tres coloretes y dos máscaras de pestañas si supieras que en doce meses o en dos años tendrías que tirarlo todo y teniendo en cuenta que las marcas low cost ya no serían low?
¿Podrían las empresas invertir tanto tiempo y dinero en sacar nuevos productos si muchas menos mujeres estuvieran en disposición de adquirirlos y desecharlos pasados unos meses y no recuperaran su inversión? ¿Y si -dejadnos que soñemos- se impusiera una nueva forma de consumir más responsable y menos compulsiva?
Ahí está la madre del cordero. No sólo formular sin parabenos y otros muchos ingredientes de síntesis serían mucho más caros de producir, sino que dejaríamos de acumular productos y productos y empezaríamos a consumir lo que ‘necesitáramos’. Y eso sería el inicio de una nueva era en todos los sentidos. Y eso a muchos les da pavor…
No creemos que las marcas cosméticas tradicionales sean demonios, pero sí creemos que la diferencia entre una empresa que usa parabenos en sus formulaciones y una que no los usa (más allá de las pequeñas tramposas que lo hace por márketing) está en su forma de entender este mundo. En su forma de tratar a las personas y al entorno que nos rodea.
No es que las empresas tradicionales sean inmorales, sólo son amorales y que todo en ellas está supeditado a los resultados financieros. ¿Realmente creéis que a Estee Lauder le importa que una de cada tres mujeres esté condenada a sufrir cáncer en su vida? Si de verdad les preocupara dejarían de usar ingredientes sospechosos de ser cancerígenos en sus productos y se atendrían al principio de precaución y no esperarían a que fueran prohibidos ni esperarían un informe científico que vinculara fehacientemente el uso de parabenos con el cáncer. Porque no lo van a tener, pero sí tienen miles de papers en los que se afirma el papel que los disruptores endocrinos tienen en determinadas enfermedades como el cáncer. Y encima se lo montan de tal forma que parece que juegan en la liga de los que luchan contra el cáncer… Desde luego hemos de quitarnos el sombrero ante tan maquiavélico plan de marketing.
Para Orgànics Magazine la belleza no es algo que esté en una pasarela, sino en la forma en que nos miramos a nosotros mismos, y que la naturaleza, lejos de ser un enemigo al que destruir, es un aliado hacia el que volver de nuevo. No usar parabenos no es sólo prescindir de los aquil-ésteres del ácido parahidroxibenzoico, sino que es apostar por otra forma de producción y consumo y, si nos lo permitís, por un nuevo estilo de vida con sabor antiguo.