Calorías vacías. Una frase que todos hemos escuchado muchas veces al hablar del fast food o de los alimentos ricos en azúcares o grasas hidrogenadas. Pero ¿Qué es exactamente eso de las calorías vacías? ¿A qué podemos llamar calorías vacías? Y ¿En qué se diferencian las calorías vacías de las que no lo son? ¿Acaso 100 kilo calorías de plátano no son igual que 100 kilo calorías de gominolas?
Las calorías vacías: el enemigo número uno de tu cuerpo
Las calorías vacías son aquellas que contienen los productos que no aportan nada útil para nuestro organismo. Así de sencillo. Y de complicado al mismo tiempo.
Lo explicamos un poquito…
Digerir alimentos es tremendamente costoso para nuestro organismo. Poner en marcha la digestión consume muchos recursos de nuestro cuerpo, ya que, para digerir cada alimento, nuestro organismo tiene que reducirlo a la mínima unidad asimilable.
Pero ese gasto no se hace sólo en forma de calorías. Esa es uno de las tragedias de nuestra sociedad, la cuenta de calorías, ya que, si sólo contemplamos el consumo de calorías al poner en marcha nuestro organismo para digerir, la mayoría de nosotros estaremos más que ilusionados de librarnos de unas calorías de más cada vez que comemos.
Pero junto esa energía calórica que quemamos, nuestro organismo consume vitaminas y, sobre todo, minerales (magnesio, calcio, sodio y potasio) que moviliza de nuestro cuerpo para digerir esos alimentos. Es como si pidiera un préstamo a nuestro cuerpo porque luego, con el alimento que va a comer, se lo devolviera con intereses.
Por eso nos entra modorra después de comer, por eso no debemos bañarnos después de comer. Porque nuestro organismo está centrado en esa ardua tarea que es la digestión y para ello invierte muchos recursos. No sólo calorías.
Por ejemplo, la glucosa para poder ser metabolizada por nuestro organismo sufre algunos cambios químicos y se transforma en piruvato. Para ello se necesita magnesio y fósforo que se ‘secuestra’ de nuestro organismo para poder metabolizar esa glucosa.
Normalmente, los azúcares (monosacáridos, disacáridos, polisacáridos) no están solos en la naturaleza. Un cereal integral, una fruta con piel, una verdura o la misma miel contienen nutrientes, vitaminas, minerales, proteínas y enzimas que el organismo necesita y que ayudan a digerirlos.
Y no sólo eso. En el caso de los alimentos con fibra (frutas, verduras, cereales y legumbres), ésta hace que las paredes del intestino no absorban todo el azúcar (fructosa) presente en estos alimentos, por lo que 100 calorías de plátanos, con su potasio y magnesio, sus muchas vitaminas y su ácido fólico (por mencionar algunos de los nutrientes que nos aporta), es radicalmente diferente a 100 calorías de gominolas que sólo tienen hidratos de carbono de cadena corta.
Entonces ¿Qué pasa en nuestro organismo cuando tomamos chuches o un refresco? Nuestro cuerpo hace un esfuerzo tremendo para compensar todo ese exceso de azúcar, secuestrando minerales básicos para nuestro organismo como el magnesio ¡pero no es el único! y a cambio el refresco no le aporta más que un extra de glucosa que, rápidamente, nos provoca un pico de glucemia, teniendo que invertir más recursos para bajar esos niveles de glucemia, haciendo trabajar al hígado y al páncreas para equilibrar ese aluvión de azúcar que acaba de entrar en nuestro estómago y convirtiendo las ingentes cantidades de azúcar extra de nuestra dieta en grasa.
Y ¿qué se lleva nuestro organismo a cambio de ese esfuerzo?
¿Magnesio? ¿Vitamina A, C o B? ¿Calcio? ¿Fósforo? ¿proteínas? ¿ácidos grasos esenciales?
Nada.
Las calorías están vacías. Nada acompaña a ese azúcar.
Nuestro cuerpo ha hipotecado minerales y vitaminas para digerir ese refresco o esa gominola haciendo un esfuerzo tremendo y el resultado final es una inyección de calorías y una merma de nuestras reservas de minerales y vitaminas.
Con cada vaso de refresco tu organismo se empobrece un poco más.
En el caso del plátano, esa fructosa es transformada en parte en glucosa que ha alimentado el cerebro y nuestras células sin sobrecargar nuestro organismo, ya que el magnesio y el potasio (entre otros muchos elementos) que ha invertido en digerirlo le han sido devueltos a nuestro cuerpo con el regalo extra del ácido fólico, el calcio, el fósforo, el zinc, el hierro, las vitaminas A, B1, B2, B3, B5, B6, B7, B9, B12, C, D, E, y la vitamina K, mientras que los 3 gramos de fibra que contiene el plátano cada 100 gramos de producto, ayudan a nuestro tránsito intestinal, favorece la microbiota buena y han ayudado a que el contenido de azúcares (fructosa) de los plátanos que es del 17%, no se haya absorbido por completo por nuestro organismo y no se almacene de forma tóxica en el hígado.
Al final, el esfuerzo obtiene una recompensa y a nuestro organismo le es devuelto lo que apostado. En el caso de los productos altamente procesados con grandes cantidades de azúcares (refrescos, bollería industrial, chuches, zumos, batidos, helados…) nuestro organismo siempre pierde la partida, ya que ha invertido muchos más nutrientes necesarios en digerir esos productos de lo que le es devuelto.
Y, además, lo que se lleva es un exceso de glucosa que no necesita (en el mejor de los casos) y un exceso de grasas saturadas (si hablamos de bollería y productos altamente procesados).
No sólo son calorías vacías, sino que son calorías asesinas. Con cada refresco nuestro organismo empobrece un poco más.
Y esto es así porque el azúcar refinado ha sido desprovisto de cualquier alimento.
¡Ah! Y si piensas que estás a salvo porque tú tomas colas light o zero… pues es lo mismo. Quizá no te lleves esas calorías de más, pero tu organismo continuará teniendo menos minerales y vitaminas que antes de tomarla. Por no hablar de la toxicidad de esos edulcorantes artificiales… De hecho se calcula que si una persona toma un solo refresco al día tiene un 29% más de probabilidades de sufrir diabetes. Independientemente de lo que ingiera con él y de si es light, zero o normal.
Así que ya sabemos que el azúcar se llama realmente sacarosa, que no es un alimento y que no es la chispa de la vida…
El azúcar, tan natural como la cocaína
Pero, al menos, es un alimento natural ¿no?
Bueno, que su base sea la remolacha o la caña de azúcar no lo convierte en un alimento natural.
Decir que el azúcar es natural es como alabar las propiedades naturales de la cocaína. De hecho, el azúcar se purifica y altera más que la cocaína (y es más adictivo que ésta, pero de eso hablaremos luego).
Como hemos dicho, el azúcar blanquilla se extrae principalmente de la remolacha y la caña de azúcar, dependiendo del lugar en el que nos encontremos. En España y el resto de Europa se cultiva la remolacha azucarera, mientras que en latitudes más tropicales se extrae de la caña de azúcar.
Para la elaboración del azúcar se procesa y se purifica una y otra vez hasta dar con los gránulos blancos que llegan a nuestras casas. A pesar de lo bien que suena la palabra purificar en realidad deberíamos decir ‘adulterar’. En este documento oficial podéis leer todo lo que se puede echar de forma legar para elaborar el azúcar. No sé a vosotros, pero a nosotras nos provoca escalofríos…
Para la refinación se puede usar:
Anhídrido carbónico (EE–2290))..
Hidróxido cálcico (EE–5526))..
Hidróxido sódico (EE–5524))..
Carbonato sódico (EE–5500i))..
Sulfato cálcico (EE–5516))..
Ácido sulfúrico (EE–5513))..
Ácido clorhídrico (EE–5507))..
Alcohol isopropílico..
Resinas intercambiadoras de iones..
Para el control de microorganismos, es decir para que no se enmohezca ni haya proliferación bateriana de ningún tipo, podemos añadir Cianoditioimidocarbonato disódico..
Etilendiamina. (Sí, la famosa EDTA de los cosméticos)
N–mmetilditiocarbamato potásico..
Etilenbisditiocarbamato disódico..
Compuestos de amonio cuaternario.. (otros tóxicos conocidos de los INCI tradicionales)
Mezcla de β-ácidos naturales procedentes del extracto de lúpulo.
Y como antiespumantes tenemos
Polietilenglicol.. ¿Os suenan? Son los famosos PEG
Polipropilenglicol..
Oleato de polietilenglicol..
Oleato de glicerilo..
Aceite de parafina..
Aceite de vaselina.. (¿parafina? ¿vaselina? ¿100% natural?… creo que no)
Monoestearato de sorbitan (E-4491)..
La lista sigue con los floculantes, los inhibidores de las incrustaciones y los filtrantes… y parece que estemos hablando de un producto para pintar paredes o barnizar madera…, pero no. Es del azúcar de lo que se habla.
En resumidas cuentas, del alimento original queda menos de un 10% cuando llega a nuestra mesa… No queda rastro de las vitaminas, la fibra y los minerales y sí muchas partes por millón de todos estos tóxicos.
En este documental de la BBC se explica muy bien todo
Si tenemos en cuenta que muchos de estos ingredientes son carcinógenos y que todo lo que consumimos envasado lleva azúcar hasta más de en un 75% (como el Cola Cao o Nesquik), veremos que no sólo es una locura lo que el azúcar le roba a nuestro organismo, sino que nunca nadie nos ha contado la cantidad de tóxicos que lleva ese veneno blanco. ¿O alguien puede leer en el envase qué lleva, aunque sea en partes por millón, el azúcar blanquilla? Y, ojo, es totalmente legal que no lo podamos saber, ya se encargan las azucareras de que sean nuestros propios gobernantes los que les den carta blanca, nunca mejor dicho, para hacer lo que les venga en gana y declarar el azúcar como un alimento, sano y natural.
Pues vale. Ya sabemos que no se le debería llamar azúcar (sino sacarosa), que no es natural y que no es un alimento.
Pero ¿por qué decimos que se comporta como una droga?
¿No os estáis pasando con eso?
Pues no.
El azúcar es ocho veces más adictiva que la cocaína
El azúcar es más adictivo que la cocaína. Así lo constata este estudio que surgió casi por casualidad, cuando el doctor Serge H. Ahmed y su equipo estaban realizando una investigación sobre la cocaína en forma líquida. Para ello se convertía a ratas de laboratorio (uf, no en eso ahora no entramos…) en adictas a la cocaína para estudiar las adicciones. Un día decidieron darles un ‘menú’ diferente. Al pulsar una palanca se les administraba una perfusión intravenosa de cocaína directamente en el torrente sanguíneo, si pulsaban otra palanca podían beber una solución de agua con azúcar.
¿Adivináis qué eligieron entre el 80 y el 90% de las ratas adictas a la cocaína?
Agua con azúcar.
Y seguían pulsando y pulsando la palanca para beber cada vez más agua con azúcar. Olvidándose por completo de la cocaína a la que eran adictas.
Esto es así, porque nuestro cerebro está repleto de receptores de dopamina. La dopamina es un neurotransmisor, un mensajero químico que le transmite mensajes a nuestro cerebro, en este caso, de placer.
Si bien antes se pensaba que la dopamina estaba relacionada con el placer consumado, ahora se piensa que está más relacionada con el deseo. Un impulso que nos predispone mucho más a la acción y que está detrás de todo nuestro sistema de recompensas.
Este sistema de recompensas es vital y se relaciona con funciones básicas para nuestra supervivencia, sólo que el ser humano lo ha revestido de capas y capas de superficialidades: comer, reproducirnos, relacionarnos con nuestros semejantes…
Y, además, nuestro cerebro se pirra por las novedades. Es una máquina devoradora de nuevas experiencias. Por eso nos atraen los nuevos platos, somos infieles o queremos ampliar nuestro círculo de amistades.
Puede sonar todo muy sofisticado ir al DiverXo, hacerse un 50 sombras de Grey o apuntarse a ese club de golf para hacer amistades nuevas, pero es realmente primario…
Pero si hablamos de alimentación, el azúcar supera todas las previsiones imaginables de nuestro sistema de recompensas para convertirse en una droga que anula nuestro cerebro, haciendo de la sacarosa una poderosísima droga ocho veces más adictiva que la cocaína.
Como os hemos dicho, nuestro sistema de recompensas está ahí para que nuestras funciones vitales se cubran y asegurarnos nuestra supervivencia como especie. Si, por ejemplo, comemos un apetitoso plato de paella seguramente se nos hará la boca agua. Sólo con olerlo nuestro organismo se pone en marcha (literalmente la digestión comienza ahí…, nuestro cuerpo es realmente bueno en eso de anticiparse). Salivamos y esperamos ese momento de introducir la primera cucharada en la boca casi con ansia (si te gusta la paella, claro).
Si al día siguiente te ponen la misma paella, igual de apetitosa, nuestro centro de recompensas no reacciona liberando la misma cantidad de dopamina. Poco a poco, conforme vamos repitiendo el plato, nuestra dopamina baja hasta que el plato de paella ya no nos dice nada. Es más, nos aburre.
Esto es así porque de esta forma nuestro organismo se asegura de que nuestra dieta sea lo más variada posible para obtener todos los nutrientes que necesitamos. Como os decimos, es todo muy básico…
Pero ¿qué pasa con los productos azucarados?
Si tomamos cantidades moderadas de azúcar, las que podemos encontrar en las frutas y verduras, en las legumbres… nuestro sistema de recompensas se comporta de forma normal, subiendo los niveles de dopamina y bajándolos después.
Pero si el consumo de azúcar es muy elevado, nuestro sistema de recompensas no se cansa y se comporta de forma adictiva. Podemos tomar un trozo de tarta y que nuestro cerebro siga inundado de dopamina como con el primer bocado. Y al siguiente. Y al otro. Y siempre. El azúcar sigue excitando a nuestras neuronas como las mariposas en el estómago del primer amor ¿Quién no querría sentir eso siempre?
Nuestro organismo jamás se cansa del azúcar y, como las ratitas del estudio del doctor Ahmed, continuamos pulsando una y otra vez la palanca del azúcar convirtiendo a nuestro cerebro en un yonki, en un zombie a las órdenes del azúcar sin importarle si nuestro organismo carece del resto de nutrientes necesarios para nuestra supervivencia o si las ingentes cantidades de azúcar que toma está agotando las reservas de calcio, magnesio, potasio o fósforo, o si se está descompensando el organismo hasta tal punto de enfermar gravemente o morir. Nuestro cerebro jamás dirá NO a un dulce. Aunque le vaya la vida en ello.
Entonces ¿es nuestro organismo un suicida?
No. Es primario. Está diseñado para obtener toda la energía posible y almacenarla. A pesar de que nuestra sociedad no se parece en nada a la de los cazadores-recolectores, nuestro organismo no ha evolucionado tanto desde entonces y no entiende que hoy tomará azúcar y mañana, también. Que no le hace falta almacenar.
Él sigue deseando el dulce y la energía que nos aporta como si mañana fuera de caza y fuera a necesitar esa energía, al igual que las mujeres seguimos acumulando grasa en los senos y cadera en la adolescencia para que nuestro cuerpo disponga de reservas para llevar a término un embarazo y alimentar a nuestros hijos lactantes en época de carestía. Aunque hayamos decidido no darles el pecho. Aunque si quiera queramos tener hijos.
Por eso no podemos dejar de desear los alimentos calóricos, grasos y azucarados. Porque para nuestro cuerpo Se Acerca el Invierno. Siempre.
Después del estudio sobre las adiciones de Ahmed y su equipo, otros muchos investigadores han estudiado la adicción del azúcar.
Algunos de ellos sugieren que la acción adictiva del azúcar es tan fuerte que cuando ingerimos alimentos azucarados los altos niveles de glucosa en sangre modulan el control neuronal de forma que deseemos alimentos altamente calóricos (y si son ricos en grasas, mejor).
¿Cómo? ¡Ah! Ahora entendemos por qué la fórmula del Big King, Big Mac y cualquier otra combinación de (cola+patatas+hamburguesa) funciona tan bien y es tan buena para la cadenas de fast food y tan nefasta para nuestro insaciable cuerpo.
Otros científicos han llegado a la conclusión de que con el azúcar estamos en una situación de permisividad y propaganda similar a la del tabaco en los años sesenta, cuando nadie creía que el tabaco fuera adictivo.
Y, de verdad, esperamos que su evolución sea como poco la misma.
Hablando del tabaco… Entre sus decenas de sustancias ¿Sabéis de cuál se sirve la industria tabaquera para captar adeptos ahora que les limitan cada vez más la nicotina? Una vez más. ¡Aaaaaaasucar!
Y ahora que ya tenemos claro que el azúcar no es un alimento, no es natural y no es sano, vamos a ahondar en los estudios que relacionan el consumo de azúcares con muchísimas enfermedades metabólicas.
Pero de eso hablaremos en otro artículo de azúcar versus grasas. Mientras tanto os dejamos con unos datos para reflexionar…
El 17% de los españoles sufre obesidad y el 53,7% tiene sobrepeso. O sea, más del 70% de la población española está pasada de peso. O aquello de la Dieta Mediterránea era mentira, o nos la hemos cargado de un plumazo. Vosotros ¿Qué pensáis?